Wednesday, August 12, 2020

Diario de Laboratorio, día 9

𝐈𝐦𝐚𝐠𝐢𝐧𝐚 𝐚 𝐮𝐧 𝐩𝐞𝐫𝐬𝐨𝐧𝐚𝐣𝐞 𝐪𝐮𝐞 𝐬𝐞 𝐬𝐮𝐢𝐜𝐢𝐝𝐚 𝐝𝐞 𝐮𝐧𝐚 𝐟𝐨𝐫𝐦𝐚 𝐦𝐮𝐲 𝐞𝐱𝐭𝐫𝐚ñ𝐚. 𝐎𝐥𝐯𝐢𝐝𝐚 𝐩𝐢𝐬𝐭𝐨𝐥𝐚𝐬, 𝐯𝐞𝐧𝐞𝐧𝐨𝐬, 𝐡𝐨𝐫𝐜𝐚𝐬, 𝐟𝐮𝐞𝐠𝐨 𝐲 𝐚𝐠𝐮𝐚.

Decidió entonces que su suicidio no tendría como principal propósito terminar con su terrible existencia en un mundo que despreciaba. Ahora se trataría sobre él. Si nunca había sido el protagonista de su propia vida, ¿por qué no serlo al momento de ponerle fin? A estas alturas aceptaba su eterno rol de personaje secundario en todo ámbito de su vida, incluyendo la treintena de películas y obras de teatro en las que había participado en los últimos quince años. Si ese era su destino, lo sellaría con un final que lo alzara como el protagonista que siempre quiso ser. Una última jugada contra su destino cruel que, pese a sus incontables intentos, nunca le había abierto las puertas a sus sueños.

Todas esas ratas malditas que lo habían traicionado y despreciado sabrían al fin quién era en realidad. Verían su poder interior, el histrionismo del que era dueño, esa versatilidad sorprendente y su talento en una última interpretación. El gran protagónico que lo convertiría en una leyenda del cine. Le daría a las ratas lo que querían. Literalmente. 

Luego de consumir una alta cantidad de burundanga en su bebida, fue al granero de la granja abandonada al final del camino principal del pueblo. Era una vieja y precaria edificación de madera apolillada que ya había sido objeto de quejas de algunos vecinos por ser un verdadero nido de ratones. Pero no ratones comunes y corrientes, sino ratas del tamaño de un gato, de esas que no le temen a nada ni a nadie. De la misma especie de las que devoraron el dedo del bebé de una de las temporeras que trabajaba en la zona. Ratas agresivas y hambrientas.

Cuando sintió los primeros efectos de la droga, abrió el enorme balde relleno de queso derretido para fondue que preparó esa mañana. Al sacar la tapa, vio como algunas ratas empezaban a acercarse a él, cautelosas, pero sin miedo. Eran más grandes de lo que hubiese imaginado, con sus colas gruesas y pelajes jaspeados. Al borde de la inconciencia, vertió todo el contenido desde la cabeza a los pies. Sería el mejor festín que esos animalejos roñosos alguna vez tendrían. Y él, devorado por las ratas, daría el más memorable espectáculo de toda su vida.-



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