Sunday, October 01, 2006

Llévese su dieciocho.-


Las brasas de las parrillas comienzan a apagarse lentamente, dejando en el aire un eco inolvidable y nostálgico, con olor a madera quemada. La señora que se tiñe el pelo con tintura Ilicit del almacén de la esquina. Esa señora que se compró la mejor ropa en su última visita al Vintage (a la American Roup) apolillado y perfumado con naftalina, todo por poder ir bien vestida a la Pampilla coquimbana. Es esa señora la que ahora comienza a echar sus maletas en la parte de arriba de la micro que, a duras penas, la llevará de regreso a su casa, donde la espera su kiltro desnutrido, prediciendo ya el banquete que se dará con los vestigios del dieciocho. Ver como bajan las banderitas chilenas, intentando flamear desesperadamente, queriendo lucir su noble y sencilla estrella por última vez. Sí, ya hay que despedirse del dieciocho, la fecha que todos los chilenos celebran, muchos sin saber por qué razón.

Y el Ivo dice “al fin terminó”. No me tilden de poco patriótico o de monstruo sin sentimientos, ni de ninguno de esos términos sacados de la fonda de las empanadas de gato. Encuentro bonita la parafernalia dieciochera, que se recuerde con orgullo parte importante de nuestro pasado, el choripan humeante con jugo de carne y una cucharada de pebre humectando la piel láctea del pan. Lo que me carga a mí son los excesos, el desequilibrio, la vulgaridad, los siete vasos de chicha avinagrada al hilo, las reinas de las pampillas y fondas, moviéndose suculentamente al ritmo del Reggaetón (muy patriótico), luciendo los ínfimos hilos dentales que intentan esconderse en sus traseros, por pura timidez de que el público los mime.

Yo también tengo mi lado chabacanoso, pero debo reconocer que me molesta cuando lo chabacano-divertido, pasa a ser ordinario y vulgar.

No me cuesta aceptar que la semana pasada visité la Pampilla, con cierta ilusión media amarga-nostálgica de recordar mis paseos de infante en aquellos lugares llenos de tierra suspendida en los aires dieciocheros. Yo, visitando la Pampilla, ese terreno baldío con pretensiones de Patronato. Y sí, predecía ya el show que tendría que ver esa noche; las reinas de la Pampilla, maniquíes sin ropa siendo vistas por viejos verdes en estado terminal. También estarían Los Tres, al parecer lo único bueno de la noche (y que no me emocionaba mucho). Bueno, empezó el show de las reinas y mis nauseas salían a flote. Una combinación de vergüenza ajena, asco y lástima, porque era tan patético que ni yo podía creerlo. Una Viví habloando así como en pourtuguess baratiño, la ex-chica de grupo fallidonuncafue AXE revolcándose en una bandera chilena al revés. También estaba la ordinaria de la Pamela Díaz, que con dos tipas que nadie en su puta vida ha visto, hicieron un intento de show lesbico a lo muy Madonna, Aguilera&Spears, pero versión ABAJODELACRUZDELTERCERMILENIOQUEHIZOELSACODEHUEASDELALCADEDE
COQUIMBOSACANDOLEPLATAALAGENTEPOBREDELAPARTEALTA.
Me dio un poquito de pena la puesta en escena, que ni siquiera rozaba lo vulgar, porque llegaba a ser soez y ordinario.

Pero el premio mayor de los Ivo-aguards, se lo doy a Yamna Lobos. Lució un hermoso bikini de pelushe rosado al ritmo de un reggaetón fino y dulce, una pieza muy sutil. Lo mejor de todo fueron los pasos de baile, dignos de una leidi, que hizo la Yamnita. Una simulación de sexo oral que me dejó sorprendido, además, las expresiones que hacía con su bello rostro, caras de orgasmo múltiple que mató a muchos viejos de un infarto. En algún momento pensé en Linda Blair protagonizando El Exorcista.

Visitar Pampilla 2006 me sirvió para conocer un poco más de lo terrible que puede ser la vida. No fue tan malo, me reí harto con el séquito de pungas moviendo el poto sin pudor alguno, pero definitivamente no lo tolero demasiado.