Friday, August 07, 2020

Diario de Laboratorio, día 4

 ¿Te acuerdas de libros que no terminaste de leer? Busca las razones y escríbelas.

No es algo usual en mí, ni siquiera cuando la historia no me gusta desde el comienzo. La sensación de dejar un libro inacabado me llena de ansiedad, así como una cama deshecha o la loza acumulada sobre el velador. Cuando no logro comprometerme con lo narrado, leo con urgencia y desganado, deseoso por llegar a la última página. Eso es mejor que estar consciente de que hay un libro sin terminar en mi librero.

Pero con Casa de Campo de José Donoso sucedió y de forma muy inesperada. Las expectativas eran altas considerando cuánto había disfrutado del laberíntico El Obsceno Pájaro de la Noche. El universo de Donoso entonces me pareció fascinante y enigmático, como si ese Santiago al otro lado del Mapocho fuese un lugar que necesitara investigar para calmar mi curiosidad. Es probable que hubiese una predisposición al sumergirme en Casa de Campo, lo que influyó en mi percepción de la historia (o del 20% de ésta, según indicaba mi Kobo al pie de página poco antes de renunciar).

Lo primero que me incomodó fueron los incontables personajes que configuraban la historia. Cada una de las familias que vivían ahí, sus lazos sanguíneos y políticos, sus integrantes y sus historias particulares. Cantidades de información irrelevante sobre personajes que en realidad no me parecieron interesantes.

Luego de leídos algunos capítulos, comprendí hacia dónde iba la historia: el foco se situaba sobre los niños y adolescentes de estas familias disfuncionales. Serían ellos los protagonistas de este juego en el que representarían a los adultos, y los adultos a los niños. La propuesta de Donoso me pareció interesante, pero no cautivadora. La idea de leer 600 páginas dedicadas a estos niños hablando como adultos aristocráticos no me tentó de ninguna forma. Y por qué no decirlo: no soy un fanático de las historias protagonizadas por niños. No me gustan los niños, de hecho.

Luego vino el uso constante de un lenguaje reverencial y cargado, incluso por parte de niños de cinco años. Comprendo que el uso de este registró fue una decisión intencional del autor, pero para mí el efecto fue distractor. La verborrea recargada durante los diálogos era como un portazo en la cara que me sacaba de la narración al obligarme a buscar los significados de palabras que jamás escuché o leí. 

Puede que las horas de encierro por cuarentena hayan jugado en contra de este libro y que en otro momento estas razones no hubieran sido una justificación para no terminarlo. Pero 2020 sin duda no es un buen momento para una historia como esta.-



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