Wednesday, July 15, 2009

fragmento/

Destinos / Desatinos

Comíamos papas fritas en un local de lo peor, con olor a aceite quemado y grasa pegada en una pequeña vitrina quebrada. Mientras la Andre me hablaba, yo intentaba concentrarme en su crónica sobre su noche en una disco en la que la gente jalaba hasta la sal que había encima de los mesones, pero se me hacía imposible con el irritante sonido de las papas friéndose en las sartenes insalubres. En medio de su bla blá, no pude evitar ponerme a mirar el techo y las particulares figuras que se habían formado en él con el vapor grasoso que emanaba de la cocina a gas. Pude distinguir caballos y sirenas un tanto difusas. Cuando volví la vista a mi amiga, ella se marchaba indignada por el poco interés que había mostrado en su historia que ya me sabía de memoria. Corrí a buscarla, temiendo que decidiera marcharse sola a su hogar con esa mini falda, que más bien parecía cinturón, y su minúscula polera denominada por ella "súper chic", pero que para mi gusto resultaba un tanto estrafalaria. Era tarde: Andrea se subía a un taxi a las cuatro de la madrugada y yo casi lloraba imaginándome a mi Andre siendo violada en la parte trasera de un vehículo por un conductor con aliento a cereveza barata y con un diente de oro. Tomé aire y por un instante eliminé de mi mente todo tipo de situaciones creepy. Una imaginación como la mía podía desencadenarme una crisis de pánico o un frustrado intento de robar un auto a alguien para rescatar a Andrea. Prendí un cigarro y bajé la avenida para regresar a casa. Mi billetera de ren&stimpy se había quedado en la cartera de mi impulsiva amiga, por lo que tomar un taxi no estaba dentro de mis posibilidades. Caminé raudo, escuchando una canción de Pearl Jam que días atrás Carlos había puesto en mi pendrive, luego de vaciarlo, esperanzado en que pudiera gustarme ese grupo lo antes posible y así acompañarlo al concierto que darían semanas después. Fue en eso cuando, al ver por el rabillo de mi ojo, noté que alguien me seguía. Mis piernas comenzaron a caminar más rápido y mi mente sólo pensaba en lo que pasaría en unos segundos más: quien fuera que me seguía, robaría mi chaqueta de cuero que había comprado con mis ahorros de tres meses y luego me apuñalaría por haberme resistido al robo, dejándome con severas heridas cortopunzantes que me tendrían en el hospital por tres semanas, con ayuda psicológica por el terrible trauma producido y viendo programas de ayuda a la comunidad en un televisor de catorce pulgadas, deprimiéndome en un pabellón común sin cortinas separadoras. Mientras imaginaba el triste final de mi noche de juerga, quien me seguía tocó mi espalda con un dedo. Me volteé y estaba ahí un hombre alto y delgado, de unos veinticinco años, usando un holgado polerón negro con una fotografía de Janis Joplin estampada. Su largo pelo, de indistinguible color por la oscuridad de la calle a esas horas, cubría uno de sus hojos. Sus jeans estaban rasgados en ambas piernas y sostenía un cigarrillo apagado a la mitad. Sin saludarme, me preguntó si tenía un encendedor...

Thursday, July 09, 2009

fragmento/

(Des)esperada

Nicole se paró frente al pórtico de la casa de su madre cargando una torta de yogurt light en sus manos, mientras pensaba en qué le diría cuando ella le abriera la puerta. Comenzaba el invierno y, por primera vez en muchos años, nevaba en ese pequeño pueblo que la había visto crecer. Habían pasado ya tres años desde que arrancó de su familia, de sus raíces, de su vida y de el comienzo de lo que denominó "la nueva etapa". Dentro de la casa se escuchaban risas y conversaciones. Reconoció inmediatamente la voz de su padre, cada día más grave debido a la gran cantidad de cigarrillos que fumaba diariamente. Con un pañuelo en la mano y calculando el movimiento que haría con su dedo índice, tocó el timbre. Se produjo un silencio al interior, lo que la puso un tanto nerviosa. Su sweater blanco con flores color azúl no la abrigaba lo suficiente. Se abrió la puerta y apareció Renata, su única hermana. Su cabello aún era rubio platinado, largo y, por supuesto, decolorado. Vestía un holgado vestido amarillo y medias rosadas. En su cara se dibujó una sonrisa cínica y burlona. Nicole sonrió de la misma manera.
-Bienvenida a casa, hermanita.

Estoy sentada en una silla de madera, muy vieja al parecer, porque cada vez que intento acomodarme, cruje. Observo a mi padre: está convertido en un dócil y amable septegenario que no hace más que hablar sobre la II Guerra Mundial y fumar cigarros baratos. Mi mamá lo mira riéndose de todo lo que dice, celebrando su ironía al momento de alardear sobre sus conocimientos históricos. Renata se acerca y pone frente a mí un plato con una rebanada de la torta que compré camino al pueblo. Bruno, mi insoportable tío, me mira directo a los ojos.
-Si hubieras llegado un poquito más temprano, Nico, de más alcanzabas a comer un poco del pollo apanado que cociné -me dice mientras se limpia con la mano un poco de yogurt que le quedó en el labio-. ¡Si vieras lo rico que me queda!
Le respondo que soy vegetariana, pero que si no lo fuera, comería gustosa su famoso pollo. Sé que ama lucirse frente a la familia y siempre desea ser el centro de atención, así que sólo río de la manera más natural posible cuando intenta hacerse el gracioso, evitando gatillar cualquier evento que rompa la aparante tranquilidad que se ha logrado hasta ahora.

Intento concentrarme en comer, pero los cubiertos estan mal lavados. El aceite -probablemente del grasoso pollo que mi familia devoró sin esperar a que me presentara en la reunión- se desliza a través del tenedor. Siento nauseas y deseos de escapar de aquí, de volver a mi departamento y y olvidarme de este horrible día y de todo lo que me espera. Me disculpo y camino rápido al baño. Lavo mis manos meticulosamente. Cómo odio esta casa. Veo óxido y hongos en todas partes. Intento no tocar nada. No quiero llorar. Pongo papel higiénico sobre la tapa del inodoro y orino. Busco un espejo de mano en mi cartera. Aquí estoy de nuevo, esperando que algún evento inesperado me salve de la realidad...

Monday, June 15, 2009

Hope or desire.-


Es heavy cuando un pequeño deseo que surgió en un momento sin importancia, comienza a crecer y desarrollarse en la mente, ocupando espacio y robando el tiempo destinado a pensar en lo que realmente importa: la realidad concreta. Porque los deseos son como las drogas; vuelven adictas a las mentes a desear más y más, y aquellos deseos que en un principio fueron sólo mínimas pretensiones, se transforman en grandes criaturas capaces exterminar cualquier tipo de motivación.

No sé si es posible no desear. A veces estamos verdes de envidia, gritando por conseguir lo que parece inalcanzable y que muchos quizás ya obtuvieron sin demasiado esfuerzo. Andar con la cara larga larga y con un humor de mierda claramente no es el antídoto para combatir esta terrible epidemia. Bueno, creo que estoy exagerando, pero con fundamentos, ya que fui afectado por la enfermedad de los deseos. Es casi patético ver cómo he dejado de lado un millón de cosas buenas (como dijo Quique Neira... que me carga) por culpa de una mente sobrealimentada con sazonados deseos, muchos de ellos empalagosos (no quiero escribir absurdo en esta parte). Antes, mucho antes de entrar a la universidad, mi mente era esbelta, inversamente proporcional a mi anatomía (JÁ). No tenía una mente brillante, hay que decirlo, pero sí una mente creativa, una maquinita de buenas ideas que de vez en cuando destellaba por unos pocos segundos.

Cuando se termina el colegio, muchos hologramas desaparecen ràpidamente y es posible ver, por primera vez, cómo funciona todo allá afuera. Y suena como si hubiera vivido en una burbuja durante ese período porque, de hecho, así fue. No me atrevería a decir que a mis diecisiete años de vida ya lo había visto todo ni que acumulaba años de experiencia y conocimiento. Cuando abres los ojos por fin, una avalancha de realidades te aplasta e inevitablemente, comienzas a comparar unas con otras y especialmente la propia con las de los demás. Un día a la Macy Gray le dijeron: the grass is much greener on the other side y me pareció tan cierto.

Dejé de escribir, de salir a tomar fotos y me encerré en mi casa anhelando cada día más poder cumplir todos mis deseos. Las velitas de la torta de cumpleaños no hicieron mucho por mí y las maldije todos los días. Desmotivado con todo y con todos, me sobreestimulé con televisión, películas y series, y terminé convertido en un verdadero couch potato. Pero un día, no hace mucho tiempo, hice una limpieza mental y unos pocos deseos, los más banales tal vez, terminaron saliendo de mi cabeza y dejando un pequeño espacio en el cual muchas piezas aún no terminan de reordenarse. Los más grandes siguen ahí, pero a diferencia de los otros, éstos pretenden ser cumplidos y, al fin y al cabo, aún me queda mucho tiempo para poder concretarlos. Qué onda, tengo sólo veinte años. No soy un pendejo, pero tampoco estoy en el crepúsculo de mi vida. Hay tiempo de sobra, creo.-