Friday, March 22, 2019

Sjællands Odde

Noroeste de Dinamarca.
Me cuesta enlazar todos los capítulos que antecedieron a este en particular. Los visualizo como una serie de sucesos en masa que no se detuvieron hasta que estuve lo suficientemente lejos de casa. Tan lejos que las raíces cedieron hasta romperse.

Tierra de trolls, de brisa marina y carreteras oscuras. Empiezo a olvidar cómo se siente vivir en una ciudad sobrepoblada y (re)utilizo ese espacio en mi memoria aprendiendo sobre la vida en el campo. (Re)grabar sobre recuerdos, como si fueran viejos casetes llenos de canciones prescindibles.

Me costó acostumbrarme a los smørrebrød a la hora de almuerzo. Estos pancitos daneses cubiertos con mantequilla y acompañados por pescado o carne o salsas o verduras (o todo eso junto) no terminaban de convencerme. Quería un almuerzo de verdad, completo. Luego entendí que la cena danesa podía ser un buen consuelo a las necesidades de mi cultura alimentaria adquirida.

Canadá no fue suficiente. Puede que ningún lugar lo sea, y no sé si eso es bueno o malo. Moverse para satisfacer una CNI (carencia-no-identificada) es frustrante y excitante a la vez.

La Serena-Santiago-Vancouver-Barcelona-Copenhague-Groninguen-Sorø-Havnebyen, en ese orden, en mi vida sin orden. Arrastrando una maleta chica y una mochila que me hace sudar la espalda. Me canso en ocasiones. Me irrito con un estilo de vida satélite, pero al mismo tiempo lo amo.

Y muchas veces pienso (o tengo la certeza) de que todos los capítulos, al sumarse, tendrán un sentido profundo y místico. Hay una sensación, hay algo que me hace sentir que este flujo intermitente pronto va a cuajar.-