Friday, March 31, 2006

Inercia, entre otros.-


“Futurofóbia”. No puede sonar peor y me da cierto pudor usar una palabra así. Algún imbécil tuvo la ingeniosa idea de juntar dos palabras que dieron como resultado esta rareza sin mucho sentido, por lo demás. Eso es lo de menos, la ultilizaré ésta vez. Lo pensé dos veces, antes de escribirla, pero sí, sufro de esta nueva enfermedad. Me da pánico el futuro, así de simple. Me gustaría aprender a disfrutar más el presente, que vivir destruyendo mis neuronas mientras pienso en el futuro y fumo como condenado. No puedo estar más de cinco minutos sin pensar en lo que haré mañana, lo que será de mi vida en los próximos cuarenta años o si en tres días más mis padres seguirán vivos.

Pero eso es lo menos preocupante del asunto. Lo peor es que me aterra pensar en mi vida no-escolar-sí-universitaria. Quedan dos años y , claro, ya tengo visto lo que deseo estudiar. Hasta se ilumina el cielo cuando lo digo: P E R I O D I S M O. Se me viene todo abajo; carrera más que mirada en menos y que a mí me encantaría seguir. Pero, ¿qué se puede esperar, si cuando le digo esto a mi profesor jefe, él me responde que las carreras humanistas no sirven para nada?.Obvio, es un garrafal error y una ignorancia que se puede palpar, pero de todas maneras igual, en conjunto con otras cosas, me desaniman. De qué me sirve estar en un colegio de la elite en educación, con los mejores puntajes PSU (tiembla Ivo, tiembla), con profesores que por poco me hacen meterme bajo el escritorio para permitirme ir al baño (sólo exagero, por favor créanme), si habiendo terminado con todo esto, llegaré a una ciudad nueva y seré “Carmelo”, el huasito, el niño de provincia, el que vive en una pensión y se gasta su dinero en cocaina y como no le queda dinero, vive de leche en polvo y pan. Estas son las cosas que suelo imaginarme. Historias ridículas que no me ayudan mucho, historias dignas de ser escritas y que se podrían lanzar al mercado.

Me tengo confianza... no, mentira. Pero sí un poco de fe, y creo que puedo cumplir mis metas, o al menos lograr una de las mil cosas que deseo para mi futuro, hermoso futuro. Mi ambición me hace pensar en un alto edificio en Santiago, con un gran balcón, con empleadas, con una sección periodística en la nueva revista que los jóvenes modernos y del mundo urbano leen para seguir las nuevas modas. Hasta ahí todo bien, pero ya puedo ver mis 300 puntos en la PSU, mejor dicho en la de Matemáticas. Ya llevo en mi agenda escolar dos notas rojas, que rozan el burdeo (una lo es) y que por extrañas coincidencias de la vida están en el ramo de Matemáticas. Siempre lo digo : -odio los números-. No tengo uno de la buena suerte.

Se verá, se verá. Me intento tranquilizar un poco y vivir a concho todo esto. ¿Qué es esto?, pues una vida común, como cualquier otra, en la que no suelen suceder hechos increíbles, en la que no hay hadas madrinas, ni amores eternos, ni bodas de oro, ni conjuros mágicos, ni depresiones y estados anímicos bipolares. Mi vida es así, normal, divertida y aburrida a la vez y no puedo negar que soy feliz, pero podría serlo aún más habiendo cumplido mis metas. Creo que es eso lo que todos desean.

Se necesita un poco de todo para surgir, para llegar lejos. Quizás también se necesita ser buena persona. Pensando en esto, retrocedo un poco. Recuerdo muy bien un día en que estaba en el colegio, como en Séptimo básico. Tenía un compañero que era un chico rudo, de esos que se muestran ante todos como el macho. En un momento se me acercó y me dijo algo como – Nadie te pesca -. Nació rapidamente dentro de mí una rabia que no pude controlar y le dije sin pensarlo dos veces – y a ti no te pesca ni tu mamá -. Sentí mis labios moverse como para gestar una sonrisa irónica y lo miré directo a los ojos. Yo estaba conciente de los problemas familiares que él tenía y como era su madre con él, pero no me importó decirle eso, lo hice con mala intención y disfruté el momento. Se puso a llorar; todos mis compañeros se le acercaban a consolarlo y él no quería hablar. Nunca le dijo a nadie lo que había sucedido. Yo tampoco. Y ahí empezó todo; un largo historial que no se puede borrar, de bromas pesadas y comentarios sarcásticos. A veces los hago por inercia, de hecho la mayoría de las veces. No me creo una mala persona, para nada. Tengo valores y supongo que deben ser buenos y me servirán, pero peco de ser “desubicado”, como se dice ahora y creo que también se necesitan dedos de frente para continuar.

Nah, si yo también soy medio frágil y más que sensible. Son hartas las veces en que he necesitado de empujones para seguir caminando. Defecto o virtud, están ahí y espero que algún día me sirvan. Si no resulta así, debe existir alguna manera de eliminar ciertos caracteres que puedan sobrar.-

Saturday, March 25, 2006

Bendita juguera




El sábado pasado me desperté temprano (no exageremos, fue a las ocho de la mañana). Miré el computador y no me animé a prenderlo (eran las ocho, insisto). Opté por prender el televisor; Red televisión (yo no cuento con un completo y variado sistema de televisión por cable), “Antena 3 directo” mostrando sus increíbles productos de última moda. Al ver esto, inmediatamente me acordé del super hiper diper “Rotato” (o algo así) que compró mi madre vía Fonocompra, creo. Era una especie de triturador de todas las frutas y verduras habidas por haber y que además traía un cortador Juliana y no sé qué más; nunca funcionó. Bueno, el asunto es que me quedé hipnotizado por el bello “Magic Bully”, una juguera de no más de 20 centímetros que hacia de todo y le cambiaba la vida a los sobreactuados que participaban del panel. Recuerdo un fluído diálogo que se entabló en el fraude-programa:

Mujer: -¿tienes hambre?-
Hombre: -¡Oh, sí! Tengo mucho hambre
Mujer: -¿mucho mucho hambre?-
Hombre: -Sí, mucho mucho hambre-
Mujer: -entonces, para el hambre y tu resaca te prepararé un delicioso batido de frutas. ¡Recuerda que Magic Bully también se combierte en un colorido vaso para beber con tus amigos!



Me pareció simpático el programilla, una de las mejores estafas que he visto y me encantó. Sentí deseos de llamar a la empresa y pedir inmediatamente un “Magic Bully” para poder preparar mis deliciosos batidos y ,además, poder hacer un sabroso jugo de sandia y en él meter a escondidas betarragas y zanahorias y los niños no se darían ni cuenta. Olvidé por un momento que no tengo hijos. Y así seguí, pegado al programa, casi sin pestañar. Pero luego vino lo malo... ¿qué pasaría si termino de estudiar Periodismo o Literatura y no encuentro trabajo?. Claro, no vamos a decir que Periodismo es una carrera con mucho campo hoy en día. Me imaginé a mí dentro del estudio de Magic Bully, haciendo jugos naturales y pastas para comer burritos, mostrando una vida perfecta gracias a una juguera ínfima que me hace muy muy feliz. Pero terminando el programa, me ví subiendo a la oficina del jefe, que me daba una mugre de sueldo y con él nisiquiera podía comprar la famosa juguera, que de todos modos no me servía de nada, porque en mi refrigerador no habían ni cáscaras de limón. Sí, piénsenlo no más, soy paranóico, pero esta vez fue por culpa de una juguera.

Es que yo pienso que los medios de comunicación masivos no son tan malos después de todo. O sea, toda la pseudo-historia que me imaginé me pone nervioso a tal punto que desde ese día empecé a hacer mucho mejor todos mis trabajos y a estudiar más, para destacarme en lo que me mueva, pero destacarme. La juguera igual me hizo reflexionar harto sobre las cosas y ahora me siento mejor. Podría ser muy conformista de mi parte el agradecer al “particular” (por decirlo menos) medio de comunicación que me hizo entrar en cuestionamientos, pero es la verdad y es lo que tenemos para ponernos los dos dedos de frente y bajar de la luna un rato; cuestión de cada quien si lo toma o lo deja. Yo intenté tomarlo y no tuvo tan malos resultados.

Quizás debo relajarme un poco, total, me quedan aún dos años para entrar en decisiones, aunque es mejor empezar a prepararme. No me exijan tanto, no soy más que un puber creyendo pensar en lo que le depara el futuro.-

Friday, March 24, 2006

Minúsculo.-


¡Ah, no!. Ni yo me la creo. Otro blog más por escribirse. Tercer intento, pero les juro que no el último. Las ganas me duran harto poco, pero bueno, ahí se verá. Y nuevamente: ¿cómo empezar?. Estas huevaditas deberían traer un manual de usuario. No me molestaría en comprar un librito que me dijiera –en su primer escrito, refiérase a...- . Mejor no me voy por las ramas que, obvio, me encantaría presentarles más adelante. Pero empecemos por el tronco, aunque de tronco no tenga NADA.



Sí, soy bueno para recordar situaciones. Tengo la manía de acordarme siempre de los hechos que me han marcado. Bueno, no necesariamente marcado, pero para ser bien sincero, soy como vulnerable y hasta los detalles me pueden marcar un poco. Un ejemplo, son todos los sábados de mi vida, todos; siempre con un encanto especial, con un olor que parece impregnarse aún en mi ropa. Qué huevada más loca esto de acordarme de cosas media banales. Recuerdo un sábado en especial, no hace mucho, estarémos hablando de menos de un año, porque era invierno. Hacía harto frío, pero un frío hecho como para tomárte un café que te hierviera la garganta. En mi casa, mi amiga y yo nos metimos en la cocina a eso de las nueve de la noche e hicimos fideos; mientras se cocían, nos resguardamos en el “lavadero” (un intento de ampliación de casa) y nos pusimos a fumar, echando de vez en cuando las cenizas en la batea. Habiendo terminado, servimos los fideos y les echamos mantequilla en cantidades industriales. Era comer y comer, pelambre y pelambre y reírnos de tonteras. Sólo era eso, nada más. Y es uno de los sábados de los que más suelo acordarme. Esas son las situaciones que me hacen feliz; entre más sencillas y espontáneas, mucho mejor. Y pensar que en algún momento lo material me llenaba hasta el alma... en todo caso, no pretendo entrar en reflexiones, mejor prendan el televisor y vean el comentario religioso en Canal 13, que no sé quién mierda lo conduce.-