Saturday, May 20, 2006

Me tiro de un sexto* piso.-


¡Un libro, huevones, un libro!. Era jueves en la tarde y llegaba a mi casa en estado zombie, luego de dos horas de clases particulares de Matemáticas y una divertida jornada completa en un colegio donde las cosas no suelen ser muy sencillas. Con mi “locherito” (odio esa palabra) en mano y con un olor a cigarro.insoportable, golpeé la puerta y casi se me desarmó la mano. Cuando se abrió, lo primero que vi fue a una mujer con una sonrisa de oreja a oreja que hacía harta parafernalia y me preguntaba cómo había estado mi día; era mi madre. Cuando descubrió que sus intentos por animarme y sacarme una sonrisa perfecta no eran fructíferos, utilizó el arma que guardaba para estos casos y que, evidentemente, sabía que tendría grandes resultados, que se me olvidaría por completo ese cansador día. Recuerdo que intentó que todo sonara natural, como para que fuera más impactante, pero no tenía idea que resultaría serlo tanto. Íbamos ambos por el pasillo, cada uno a su propia pieza, y mientras caminábamos me dijo de espaldas –mi amiga, Angélica, me dijo que podía conseguirte un crédito FONDART para que tus cuentos estén todos dentro de tu propio libro; es que no sabes, le encantaron tus escritos, los encontró tan graciosos e irónicos-. Casi me desmayé, se los juro, fue una emoción tan enorme que en un arranque podría haber matado a mi madre y, de paso, me hubiera tirado del quinto piso que nunca he tenido.

¿Cómo llegaron mis escritos a manos de mi madre?. Mi egolatría y mi falta de dinero, en un intento desesperado por hacerle un buen regalo para el día de la madre, fueron las razones para que le llegara ese domingo en la mañana un compilado de mis creaciones impresos en hoja oficio y con tinta azul, porque se había acabado la negra. Quedó fascinada y me decía –vas a llegar muy lejos, yo lo sé-. Terminó la mañana y era hora de celebrar ese importante día en familia; la casa de mi abuela. Por supuesto, mi madre se lució, y de paso yo, mostrándole a todas mis tías y primos mis escritos. Igual fue bueno, porque tengo un tía que es profesora de Lenguaje y dijo que tenía algunos problemas con las comas y puntos, pero que en general la redacción era buena. Esa “crítica”, en general, me gustó mucho, porque fue bastante sincera. Pero la historia sigue.

Mis hojitas rascas en tinta azul dieron la vuelta al mundo, me da la impresión. Porque señora madre se las mostró a su círculo de amistades, entre ellos esta señora que quedó encantada con los escritos y que es algo así como “experta en proyectos” y podría presentar uno para mi libro. Me dijo que siguiera escribiendo y que, cuando tuviera un buen compilado de mis “cuentos”, le avisara. Me sentí tan feliz en esos minutos, era tan grande la emoción que la llamé inmediato para agradecerle la oportunidad y bla blá. No se imaginan lo importante que es esto para mí; es como cumplir uno de mis más anhelados sueños. Claro, tampoco me ilusiono mucho, debido a que para que este proyecto resulte tienen que haber muchas variables a mi favor, es por eso no quería contarle a nadie al principio. Pero bueno, ya lo hice y si resulta, seré la persona más feliz del mundo. Tengo fe y muchas ganas de escribir.

Mi percepción es que si tengo mi propio libro, sólo me quedará “plantar el árbol”, como me dijo hace unos meses mi profesora de Filosofía en nuestra primera clase con ella. Fue algo así como –Y a ti, Ivo, ¿qué te gustaría hacer más adelante?- Yo le respondí bien seguro
–quiero irme a vivir a Santiago, estudiar Periodismo y por último escribir mi propio libro-. Ella me respondió –¿y no querí plantar un árbol también?- Todos mis compañeros estallaron en una enorme carcajada, y yo nunca entendí el chiste... hasta ahora.
Pero hablando en serio, para mí es un gran paso, porque estoy consciente de que haber escrito un libro ya es una ayuda para encontrar trabajo más adelante, luego de haber terminado de estudiar. Pero no se trata sólo de eso; también significa realizarme como persona, sentirme seguro de que lo que estoy haciendo está bien. Además, si todo resultara como deseo, mi colegio se arrepentiría de haberme subestimado tanto. A mí no me ofrecieron participar como columnista de un diario regional, es decir, no pude postular a la oportunidad de escribir ahí, porque los encargados de eso en mi colegio no me avisaron. Conozco bien a los de mi colegio y sé que si llegara a suceder esto, estarían tan orgullosos y posiblemente hasta me querrían financiar con una parte, porque pucha que es rico llevarse los créditos. Pero ya sería tarde.

Mejor me dejo de ilusionar tanto, quizás resulte, quizás no, pero al menos ya está la oportunidad y voy a hacer lo posible por sacarle partido.-

Sunday, May 14, 2006

El drama.-


Debería estar haciendo un discurso para Lenguaje, pero no tengo ganas de nada; patético en verdad, debería estar lleno de ganas de hacer millones de cosas, tengo diecisiete años recién cumplidos, pero no; estoy cansado. Me da lo mismo, sé que en unos días más ya lo habré asumido, creo que deje de contar años al cumplir quince... y ahí me quedé. No tengo miedo de crecer, sino todo lo contrario, deseo que pase el tiempo y ser mayor de edad y bla blá, toda la parafernalia. El problema es que me demoro un poco en asumir esta realidad, la de responder “diecisiete” y no “quince” cuando me preguntan la edad. Y yo no voy a salir como el personaje víctima de la película, haciendo pucheros y lamentándome porque no tuve infancia, sería la mentira más grande que haya dicho. Viví a concho esos años y no lo niego.

No hay nuevas responsabilidades y tampoco debo alimentar al Hogar de Cristo o crear una fundación para niños con el pelo seco. Todo está igual, soy yo el que se hace problemas por una huevada como esta. Al fin y al cabo, todo sigue exactamente igual y no va a cambiar hasta que salga del colegio. Me estoy adelantando un poco y creo que lo seguiré haciendo.

No me las voy a dar de maduro ni nada por el estilo, pero estoy claro de que no soy un inmaduro. Estoy centrado en lo mío y eso me alegra. No he cambiado ni he adquirido dobles estándares, por eso es que me siento bien y hasta me río cuando veo a personas de mi edad que se pierden en medio de la nada y se llenan de mil contradicciones y depresiones creadas por ellos mismos. Es, un poco, alejarse de lo impuesto hoy en día, de las juventudes eternas que sólo son un trámite para, recién, empezar a vivir. Yo comencé a vivir hace rato y no he desviado mi camino, no he cambiado mis utopías y no he dejado de odiar a la televisión abierta y al diario Las Últimas Noticias. Quiero romper esquemas y cruzar límites. Discúlpenme si estoy sonando ególatra.

Para acabar con este temita de la edad, no se imaginan el alivio que siento al darme cuenta que no tengo ninguna semejanza con los personajes de una teleserie que vi algún día (“Diecisiete”). Con eso me basta y me sobra, al fin y al cabo, yo también fui fanático de las Spice girls y vi Dragon Ball Z, tuve el album de los A*teens y me compraba cartas Pokémon, así que estamos en igualdad de condiciones.-

Sunday, May 07, 2006

Críticas.-


Te despiertas con dolor de cabeza. No es temprano ni tarde, en verdad no es nada. Caminas hacia la cocina, con los pies descalzos y nada parece importarte. Sacas del refrigerador una caja de leche y bebes directamente de ella. Sientes nauseas, y caminas con estas hasta el baño. Te lavas los dientes, pero no te miras en el espejo. Te pones un buzo cualquiera, diseño noventero y sales a comprar pan al negocio de la esquina y pareciera que tu vida se queda dentro de tu habitación. Eres una criatura inerte que va a comprar pan para el desayuno con buzo y sandalias para levantarse. Entras al negocio y la señora que te atenderá, te mira con una particular expresión de lástima. Compras el pan y le pides que te guarde una “bolsita” de pan para la hora de once. Compras una cajetilla de cigarros y prendes uno de los que venían dentro de ella. Sabes que no hace bien fumar en la mañana, que no hace bien fumar, pero no le das mucha importancia, no ahora. Llegas a tu casa y tus ojos parecieran cerrarse con el viento frío de un invierno que parece interminable. Te haces un pan con mantequilla, no hay queso ni jamón; no te alcanzó, pero sí te alcanzó para una cajetilla de veinte. Terminas de comer y alimentas a tu kiltro negro, tu mejor amigo, el que te espera siempre, el que dejas entrar a la pieza y no te molesta su olor a “perro mojado”. Prendes la radio, suena Saiko e intenta penetrar en tu cerebro. No lo permites y de un salto te metes a la ducha, empapándote con agua fría, que parece cortarte la piel. Luego te vistes con una especial lentitud, que hipnotiza, pero no hipnotizas a nadie, porque estás solo y nadie puede ver esta gran función. Sales de tu casa, cierras la puerta con llave y te subes a una micro. La gente que va adentro te observa, pero la indiferencia, en este caso, funciona mejor. Miras la ciudad a través de la ventanilla. No está soleado el día, tampoco nublado parcial. Hoy está nublado, nublado sólo para ti. Te bajas cerca de un gran cerro y comienzas a subirlo. No miras la hora, porque no te importa. No sientes frío ni calor, no sientes nada. Hay unas escaleras de cemento que te llevan hacia la cima. No es un alto cerro, sería mejor llamarlo colina. Hay más gente allá arriba, mirando la ciudad. Llegas a la cima, estás cerca del cielo, casi puedes tocarlo, pero sabes muy bien que no es así. Quieres observar, pero sólo miras con poca atención todo lo que te rodea. Un desconocido te “pide la hora”; ni lo miras, porque no lo escuchaste. Él sólo se va. Y pasa lo inesperado; comienza a llover y, por esto mismo, decides bajar. Estás empapado, y allá abajo todos andan con paraguas, Todos estaban preparados, todos sabían que llovería. Tú no estabas enterado. Esbozas una sonrisa y comienzas a caminar, mientras el agua que cae te sigue mojando.-