Friday, April 28, 2006

Depresión post-Santiago.-


Nunca me pregunté que consecuencias podría traer un simple viaje a Santiago –la capital -. El viaje había sido planeado hace meses atrás con la intención de ir a ver a unas rusas intento de lesbianas que venían a Chile a mostrar su música basura que me agrada. Luego de que cambiaron la fecha del concierto, por segunda vez, se decidió no ir a verlas y sólo hacer el viaje a Santiago. Sinceramente, para mí el famoso concierto era sólo un pretexto para ir a la ciudad del smog. Y todo bien; partí el pasado jueves junto con una amiga en un bus semi-cama, de esos en los que ponen alarma a las almohadas y frazadas para que no se las roben. Fui más que feliz allá esos días; conocí el famoso Club Miel y bailé Jennifer Lopez con una lesbiana de 2x2, me gaste $40.000 en comida, metro, un disco de Saiko, unas zapatillas baratas para que me alcanzara para comprarme un dvd de Björk (que, obvio, también compré). Saqué millones de fotos con una cámara para nada mía y colorín colorado. La despedida; 30º de calor dentro del bus, 12:30 del día y yo enfrentando un estas temperaturas no aptas para mi cuerpo de climas templados. Al día siguiente tenía muchas pruebas, para las que no estudié porque el bus hizo escala en todos los pueblos que habían entre Santiago y La Serena. Para qué decir cómo me sentí al llegar acá. Quería devolverme a toda costa, vivir unos días más en medio de eso que tanto me gusta. Pero se acabó y duró poco.

No me basta con sólo saber que me quedan menos de dos años acá. Es que lo único que me liga a esta ciudad son las personas, pocas por lo demás. Me da miedo pensar en el día en que parta y descubrir que en verdad no me gusta Santiago y que sólo era un capricho; pensar que mi mentalidad ya es la de un provinciano que desea morir escribiendo poemas frente al mar y que va a Santiago sólo a hacerse exámenes a la próstata. En el fondo, he vivido aquí toda mi vida y quizás me acostumbré a que el tiempo no pase y que todo vaya lento y pausado. Habrá que dejarle al tiempo todos estos asuntos que rebanan mi cerebro que, de vez en cuando, intenta trabajar.-

Friday, April 14, 2006

Sobre el conejo y los huevos de chocolate.-


Viernes santo. No se imaginan la emoción que esto me produce. Fue una semana increíble y muy agradable por lo demás. El martes me levanté levemente resfriado y partí al colegio. A las 14:30 me escapé, tomé un taxi y me vine a acostar por una terrible fiebre que me aquejaba. Llamé a mi madre al trabajo para que avisara al colegio sobre el motivo de mi fuga. Horas más tarde, mi estado era de alumno condicional y casi me suspenden por haberme fugado. Si mi madre no hubiese llamado al colegio para avisar sobre mi fuga, lo más probable es que ni se hubieran percatado de mi ausencia. Creo que ser honesto en estos tiempos es equivalente a ser huevón.

Hasta hoy sigo sin poder asomar la nariz ni al antejardín, semi-invalido por una inyección de penicilina mal puesta (no se imaginan lo humillante que fue; mi madre y mi pseudo-tía enfermera comentando sobre la forma de mi trasero) y saliendo de esta amigdalitis. Ah, y claro, ya debo cuatro pruebas que tendré que rendir todas juntas el lunes más las que estaban fijadas para la próxima semana. Si un conejo regordete viene a dejarme huevitos de chocolate, les juro que le corto la cabeza y dono su cadáver al moderno y tecnológico laboratorio de mi colegio (...), sólo para desquitarme por esta hermosa semana.

Típico, viernes santo y nadie hace ruido; sería una falta de respeto. Prendemos el televisor y nos encontramos con un Jesús alto, nariz respingada, pelo liso head&shoulders, ojos de color y con músculos hasta en las uñas. En todos los canales dan las mismas películas, sólo que interpretadas por diferentes personajes de dudosa categoría y supuestamente conocidos mundialmente, ganadores de cien premios Oscar. ¿Y qué se come? Mariscos, jamás carnes rojas, y terminan por arrasar con los pocos “locos” que van quedando en la tierra y que, por lo demás, venden de contrabando. El vendedor nos jura que por ningún motivo se van a achicar estos mariscos, que van a quedar del mismo porte después de haber sido cocinados. Terminamos comiendo piedras que no alcanzan el milímetro de tamaño y que hace dos horas atrás pesaban un kilo.

Para mí, todas las semanas santas eran iguales, pero me agradaba esa monotonía . Mi padre arrendaba películas por millón y me evitaba tener que ver esas películas bíblicas con escenarios de fondo mal pintados. No se salía de la casa y tampoco se comía carne, pero más que nada por seguir las tradiciones. De cualquier forma, no eran días tediosos en los que tuviéramos que ponernos a conversar sobre dios. Mis padres me inculcaron valores, pero no religión. Claro, éramos una familia católica, pero no íbamos a la iglesia ni teníamos una Biblia de adorno en living de la casa. Me enseñaron las oraciones típicas y mi mamá bendecía la mesa los domingos antes de comer. No me obligaron a hacer primera comunión ni esas excentricidades (para la familia, en general). Por lo mismo, con mi hermano, sólo fuímos bautizados católicos y de nacimiento. Luego cada quien tomó sus propios rumbos en ese ámbito. En ese aspecto no soy nada, mi hermano es denominado “canuto” y se bautizó por su nueva religión. Yo agradezco esto; ellos sabían que ya no tenía fe en ese ser divino, pero de todas maneras me escondían huevitos de chocolate durante la madrugada. Me despertaba muy temprano para buscarlos y encontrar hasta en la lavadora. Luego me perdía por todo el día y no se enojaban conmigo; la decisión de pasar ese feriado junto a ellos era mía. Claro, nunca regresaba y me quedaba el día entero en la casa de una amiga viendo más películas cómicas y cuando se oscurecía, regresaba a mi casa, me comía un par de huevos y me acostaba a dormir. Si las cosas siguieran siendo iguales, no lo niego, pasaría el domingo junto a ellos.

Coman hartos huevitos de chocolate. Les harán muy bien para la salud.-