Wednesday, September 30, 2015

Cuervo

El joven que vestía de negro paseaba por las antiguas avenidas de su ciudad, pero jamás de día. Llevaba el cabello corto y su rostro sin afeitar. Con sus ojos podía expresar desprecio y lujuria a la vez, y su halo de misterio iluminaba cualquier lugar o persona, como queriendo guiar el camino de su presa directo a la trampa mortal.

Me tomó por sorpresa esa extraña energía que irradiaba, tan oscura como el petróleo. La intensidad de su mirada sobre mis ojos produjo un efecto impredecible,  transformándome en una marioneta, en su nuevo títere o juguete, obligándome a desearlo pronto desnudo entre sábanas desconocidas. Lo quería para mí sin conocerlo, sin saber nada de él. 

Primero bebí de su copa mientras lo escuchaba hablar, intentando desesperadamente descifrar cada uno de sus mensajes. Esas palabras que lanzaba al aire con ligereza se deslizaron hasta mi cabeza. Bailaban sus relatos, elevándose hasta el cielo y regresando con fuerza hacia mi memoria. Su voz sonaba gruesa y profunda, como si hablara desde el fondo de un pantano infinito. Fue hipnosis.

Desperté solo y nunca más lo vi. Su mordida no dejó marca alguna, sólo un deseo silencioso y permanente de ser suyo para toda la vida.-

Bonita

Hasta cuando íbamos a La Vega te veías hermosa. El pelo enmarañado y la ropa deportiva fluorescente. Tú hablando de las frutas y verduras de la temporada. El carrito de la feria detrás tuyo mientras cruzabas el Puente Calicanto. Tu boca manchada después de beber esos licuados naturales que tanto te gustaban. Hoy, cuando vuelvo a sentir ese intenso olor de La Vega, no puedo evitar pensar en ti, en el pastel de choclo que cocinabas los domingos al regresar de las compras y en los besos que nos dábamos después de ordenar el refrigerador.

Wednesday, April 29, 2015

Selfie (o retrato hablado) (04.2015)



Sus ojos rasgados reflejados en el espejo. El cuello elevado con cierta altanería, aunque sin llegar a ser parte de una pose por completo. Cabello rizado a la altura de sus pequeñas orejas, adornando, junto a la delineada barba de no más de tres días y unas cejas pobladas, su rostro aún infantil. Predomina el castaño en el cuadro de su cara, un castaño rojizo que parece estar encendido en aquellas áreas de su rostro en las que la luz que entra por la ventana alcanza a iluminar. Labios carnosos, bien formados, un corazón alargado de manera horizontal, hacen señas, como si tuvieran vida propia. En armonía con cada una de sus facciones está su nariz, ni tan pequeña ni tan grande, ni respingada ni aguileña; es una nariz recta, masculina, que le confiere a la totalidad de su rostro cierta elegancia y madurez.

Más abajo está su cuerpo, proporcional al tamaño de su cabeza, casi desnudo; tan sólo lleva puesto un pequeño y ajustado calzoncillo blanco que tiene escrito el nombre de la marca sobre el elástico. Espalda ancha y un abdomen que parece esculpido en mármol. Una de sus manos sostiene un iPhone, con el que  se puede fotografiar frente al espejo del baño para mostrarse en Instagram, la red social de moda.

Una foto perfecta, que se amolda a la forma de sus pretensiones y deseos de vida. Que no se vea la casa pareada en Maipú ni que se vaya a notar que el calzoncillo es imitación Calvin Klein. La toma no debe mostrar ese trabajito de medio tiempo en una tienda del mall de la comuna. Que por ningún motivo aparezca su mamá atrás, porque tiene sobrepeso y es muy morena, y eso en las redes sociales no se vería bien. Tampoco puede haber rastros de las 12 cuotas que tiene que pagar por ese costoso teléfono. Y, claro, no puede notarse su hermana, que es madre soltera y sólo tiene 15 años. Nada de eso debe estar dentro del cuadro, para que así sea -realmente- una fotografía fabulosa.

Revisa su smartphone cada tres minutos mientras intenta ver una película que ni siquiera está entendiendo. Y es que le es imposible concentrarse cada vez que suena ese absurdo y repetitivo bip anunciando que un nuevo mensaje ha llegado a la fotografía que puso en internet. "Qué guapo te ves", "Agrégame a WhatsApp, va mi número por interno", "Hermoso bulto :P", "Quién fuera calzoncillo", "Amigo, qué sensual". Llegan los mensajes unos tras otros, haciéndolo sentir bien, seguro de sí mismo, como si las opiniones de ése, su público seguidor, fueran los cimientos de su inestable autoestima.

Dos horas después, sus emociones han amainado. Leer durante la tarde aquella ráfaga de mensajes con respecto a su apariencia, lo han hecho sentir mejor, mucho mejor. De pronto, ese inexplicable miedo que lo acomplejó durante la mañana, luego de que una pareja de gays lo mirara con "desprecio" mientras trabajaba ordenando la vitrina de la tienda, se había esfumado. Ahora se sentía un hombre apuesto y sensual, capaz de proyectar su seguridad a través de su caminar,  de sus ademanes o incluso de su mirada.

Sale de su casa con prisa, no puede perder el último tren con dirección a Baquedano. Sus pasos son ágiles, seguros, en parte porque esa música que suena en sus audífonos lo hace sentir como en una pasarela. Uno, dos, tres y cuatro; caminar con estilo mientras suena esa  canción de Madonna que tanto le gusta. "I don't wanna hear, I don't wanna know, please don't say you're sorry", canta una y otra vez dentro de su cabeza. Qué ganas de bailar ahora mismo, piensa. Pero no, no se puede, ¿qué diría la gente? Si fuera por él, sacaría lo mejor de su feminidad para montar un gran espectáculo ahí, en pleno Pajaritos, moviéndose con alegría y glamour bajo las luces de neón que iluminan esa tibia noche de verano. Pero él sabe que hacerlo sería igual a suicidarse socialmente, porque las posibilidades de encontrarse con esos horribles homosexuales barbones que espían su Instagram -y con quienes se ha topado más de un par de veces en la estación de metro- son bastante probables. Nadie debe saber que ama a Madonna, mucho menos que la baila.

1997. Ahí anda el Pedrito, solo, en el patio de ese exclusivo colegio de curas en La Dehesa, donde recién cursa séptimo básico. Además de sus zapatos viejos, todo lo distingue de sus compañeros: la delicadeza de cada uno de sus movimientos, su forma de hablar, la fascinación por las barbies. Él también sabe que es un niño "especial", como le dijo la orientadora a su  madre alguna vez. Sí, porque se percibe diferente, no es tonto. 

Baila bien, baila despacio, con ritmo, quiere que todos lo observen bailar, porque cree verse guapo, no como los otros, que son feos y corren como idiotas detrás de una pelota. Entonces, cuando suena la radio del casino, el Pedrito baila y se mueve como las modelos de la tele, que son tan lindas. Las niñas del Venga Conmigo, un verdadero sueño con esa ropa brillante y llamativa. Y ahí las tías del casino le dicen que no haga eso, porque está mal, porque los varones no hacen esas cosas. Y que tampoco menee mucho la mano al saludar, porque se ve feo y después los niños lo molestan y le pegan. No, que el Pedrito se deje de bailar así, porque si lo ve el curita va a quedar la pura embarrada. Que se acuerde que ésta fue una gran oportunidad que no puede desperdiciar. No cualquiera puede estudiar en este colegio, recuerda Pedrito.

Abre los ojos. La fiesta está por comenzar y él ya se reunió con su amigo, que de amigo tiene bien poco. Lo cierto es que ese chico que está al frente suyo bebiendo un vaso de vodka con jugo de arándano, es su amante de medio tiempo. Le gusta, porque es apuesto, viste bien y su popularidad en las redes sociales supera a la suya. Va a muchos conciertos y suele ser fotografiado en los eventos más concurridos y comentados de Santiago, así que le conviene estar junto a él. Es cineasta o publicista o algo así... En realidad eso no le importa. Lo que sí le importa es que es bueno en la cama y que es relativamente conocido en el "mundillo". Y, aunque muchas veces lo odia por ser más popular, disfruta al escuchar de boca de sus amigos que la gente anda diciendo que mantienen un romance furtivo. Tiene la certeza de que eso le da cierto estatus.

Hablan del nuevo álbum de Death Cab for Cutie, que en verdad no escuchó entero, porque no le gusta tanto esa banda, pero eso no lo menciona, así que comenta el disco y lo critica: tienen mejores trabajos, este nuevo suena aletargado. Esa fue la palabra que usaron en el sitio web de música que a veces lee, aunque ni siquiera terminó el artículo completo. Tampoco sabe lo que significa aletargado, así que mientras lo dice, espera que su interlocutor sepa el significado y que no le pregunte nada más. Ojalá se termine ese trago luego y vayamos pronto a la fiesta, piensa.

Ahora caminan juntos por Providencia hablando quizás qué. Es tanta su ansiedad que no es capaz de asimilar cada una de sus palabras. Todo suena cacofónico y difuso, como si estuviera escuchando el exterior sumergido en el agua. Puede sentir cómo su estómago se revuelve a causa de esos nervios incontrolables. Una crisis de pánico en ese momento sería terrible, verdaderamente una tragedia. Intenta calmarse y le da una  última y profunda calada a su cigarro. Esta es su noche y no puede desperdiciarla. Estarán todos en la fiesta y él se ha preparado mucho para este momento: compró ropa de marca, fue a la peluquería y ahorró dinero para poder pagar la entrada e incluso beber cócteles dentro. No iba a llegar antes de la medianoche para no pagar, ni mucho menos bebería el trago de cortesía. Tomar pisco barato también es un poco de mal gusto, o al menos eso cree.

La mente no puede controlarse, tampoco la ansiedad ni los recuerdos. Es niño otra vez y corre rápido a ocultarse en el jardín del ala norte del imponente colegio oculto en las faldas de la cordillera. Que no me vean, que no me vean, que no me vean. Pánico, una sensación desagradable, como si fuese a morir en cualquier minuto, así lo siente. Estoy hecho de tiza, me deshago y desaparezco en el frío viento de invierno. Maldita la beca y todos los niños ricos. Quisiera estar en casa, con los que me quieren. Se cuestiona la vida, su esencia, su familia, sus orígenes, el ser distinto a los demás. Ser distinto tiene su precio. Brillar entre el resto, un diamante en medio del carbón. "Y de pronto no había un patito feo, sino un bello cisne al que todos los demás habitantes del lago admiraban". ¿Cuándo seré el cisne?

Sus recuerdos se deshacen (das pena). A menos de una cuadra, ya puede ver la puerta principal del lugar. La actitud cambia: su caminar se vuelve más lento y calculado, su mirada se concentra en el rostro de su acompañante, con quien sigue hablando de algún tema del que no tiene idea (ahora hablan de la psicomagia y Jodorowsky) y ríe a ratos. Minutos que se hacen eternos frente a esos chicos que se unen a la fila para ingresar. Con sólo verlos de reojo sabe quiénes son, pero no les concede ni una sola mirada. A uno lo vio en Facebook, ese que fue novio del amigo que lo acompaña, y sabe que se conocen. No se saludan, aunque su acompañante sí se acerca al de la fila para darle un abrazo y preguntarle cómo está. Lo mira desde su lugar, sin moverse o girar la cabeza en esa dirección. Demostrar interés no es una buena idea. Tiene rabia por haberse quedado ahí parado sólo durante un minuto mientras su amigo saludaba. Vuelve a odiarlo y a maldecirlo. Se siente humillado.

Adentro hace calor. Nadie se mira, la regla es estar en grupo o en pareja. Todos se conocen, pero sólo algunos se saludan. Quizás debe acercarse a saludar a ese con el que se revolcó a los 18 o tal vez al hombre guapo con el que a veces intercambian comentarios o likes en Instagram y Facebook. Sí, ese último que forma parte de un grupo de productores que traen a grandes artistas a Chile y que hacen las mejores fiestas. También consumen LSD, aunque de eso no está muy seguro, ni tampoco de las supuestas orgías que organizaban en un grupo secreto de WhatsApp. De la forma que sea, es mejor ir a saludarlo. Intenta acercarse, pero el de la productora lo mira y se aleja con rapidez hacia la barra. ¿Qué sucedió? Siente cómo sus mejillas se ruborizan y una gota de sudor se desliza por su frente. Corre al baño antes de que sea demasiado tarde.

Ahí está, otra vez frente al espejo, pero ahora sintiéndose desconcertado. Percibe el miedo apoderándose de cada fibra de su cuerpo. Moja su rostro, revisa que su cabello siga en orden y muerde un extremo de su labio para no llorar. No entiende nada, pero no puede perder el control ni la cordura. Todo estará bien.

Su amigo que no es tan amigo lo espera en la barra. Simula serenidad y se sienta a su lado, sin dejar de mover el pie derecho. Pide un brandy, porque le encanta como suena el nombre de ese trago. Es parecido a Bambi, el pequeño ciervo de la película de Disney que veía junto a su papá cuando era pequeño. Esos años en los que todo era sencillo y no importaba que no hubiese dinero para irse de vacaciones ni las postales idílicas en una playa bonita y exclusiva del Litoral Central. Extraña la sencillez de la vida sin computador ni teléfono móvil ni amantes ni tiendas de diseñador. A veces, cuando estaba solo encerrado en su pieza, pensaba -casi sin tomar conciencia de ello- que odiaba a su personaje. Era uno de esos malos intérpretes en una terrible obra de teatro, en la que pedía a gritos ser el protagonista, y que de hecho lo era, pero sin un público frente al cual lucirse. O sí, sí había público, pero un público condicional, crítico, malintencionado y cruel. Los espectadores que él mismo eligió creyendo que no había otros formados frente a la taquilla del teatro.

Vuelve a la realidad ante la mirada de su amigo, que ahora es mejor llamar amante, porque de amigos nada, y que quiere saber en qué pensaba tanto mientras tenía la mirada perdida en las luces estroboscópicas. Da lo mismo, le dice mientras saca su teléfono del bolsillo para tomar una selfie juntos disfrutando de ese divertido momento. Cruza su brazo por detrás de su espalda y hace la captura. ¡Di Whisky! Buena idea un whisky para calmar los nervios. Va el whisky, el segundo whisky y el tercero. Subir la foto a Instagram con el mejor filtro. "Sábado y carrete con este guapo #Gay #Gays #Fiesta #Carretes #Amigos #Fiesta #Beard".

Van a la pista de baile. Cierra los ojos mientras suena la música. Se mueve al ritmo de algo que suena muy bien, pero que no logra identificar. Tararea una canción en inglés que ha escuchado antes, mucho antes, cuando acompañaba a su madre a trabajar a la casa de los Walker y limpiaban juntos el piso bailando torpemente esa canción, y mueve la boca como si la supiera, aunque no tiene la menor idea del significado de cada palabra. No hace escuchar su canto, porque no quiere quedar en ridículo frente a su acompañante. 

El alcohol comienza a surtir efecto. Aún con los ojos cerrados, está seguro de que muchos hombres lo observan con deseo, ese deseo de poseerlo, de llevarlo al motel más cercano y follarlo, deseo de ser como él, tan guapo, con tanto estilo, de ir a todas esas galerías de arte y tomarse las mismas fotografías tan bellas y tan interesantes.

Abre los ojos y nadie lo mira. Cada uno sigue en su propio universo, incluso el amante, que ya ni de amante sirve, porque está ebrio. Recuerda la foto en Instagram y revisa su teléfono de inmediato. Han pasado 25 minutos y la captura sólo tiene dos likes. Algo anda mal. Quizás se cayó internet o la recepción de su teléfono está fallando. Mejor ir a la barra y tomar un vodka, seguido de un tequila margarita y de un martini seco. Tremenda combinación, piensa.

Vuelve hacia el productor, que esta vez sí lo mira. Luego de un tibio abrazo y un beso en la mejilla, mantienen una plática sobre la fiesta y la gente tan estúpida que asistió esta noche al lugar. El chico lo mira con atención y curiosidad, mientras él le cuenta que no entiende cómo estas personas pueden ser tan superficiales, cómo no se interesan en el arte contemporáneo más que para fotografiarse en las muestras del Bellas Artes, cómo no comprenden absolutamente nada del feminismo reflejado en la nueva pintura chilena. Recalca una y otra vez que las redes sociales los hacen estar ausentes y preocupados de banalidades, porque son tan vacíos, no tienen materia gris ni algo que aportar. Otra vez, su propia voz suena a lo lejos irreconocible. Habla por hablar, sin tener conciencia de sus palabras. Imposible concentrarse con esos ojos y esos sensuales labios frente a su cara. Quiere besarlo ahora y que sea su novio y vayan juntos a esos recitales con acceso al meet&greet y se besen una y otra vez y duerman juntos una y otra vez para luego volver a asistir a algún gran evento y la historia se siga repitiendo, con más revistas y sus fotografías juntos en otros sitios web de socialité y arte y cultura, porque a ambos también les gusta el arte y la cultura, así que van a estar siempre asistiendo a museos y a  increíbles panoramas y la admiración de los demás será tan evidente. Deja que hablen de nosotros, amor, que nos envidian, y no existe la envidia sana. ¿Qué darían por vivir donde nosotros vivimos o simplemente por ser quienes somos?¿Te lo has imaginado? Mejor tómate otro trago y sigue contándome sobre cultura y cine y las nuevas problemáticas de la publicidad en los medios de internet, que eso sí que es interesante y vale la pena hablar.

No distingue bien entre la realidad y los juegos de su mente. Tampoco sabe cuánto ha tomado durante la noche, pero sí sabe que su teléfono no ha vuelto a vibrar para avisarle que alguien más le dio like a su foto. En todo caso, ya no importa, porque ahora sólo es importante el productor, que se vería tan bien junto a él. Se abalanza sobre su cuerpo e intenta besarlo con desesperación, pero la respuesta es negativa. Su expresión ya no es de atención, sino de absoluto desprecio. Un gran empujón lo lleva al piso, ante la mirada atónita de todos quienes bailaban en la pista. Escucha risas, ya puede ver como lo despedazan en todas las redes sociales: el gran escándalo del mes, una vergüenza. Sí, ese, el de las fotos lindas, intentó darle un beso al Moller, todos lo vieron, estaba muerto de curado, pobrecito. Qué saben ustedes, chismosas de mierda, piensa. Intenta ponerse de pie con ayuda de un desconocido al que también besaría y se llevaría a la cama. Su acompañante, que no es amigo ni amante ni conocido -y que ahora tampoco es acompañante- está escondido en un rincón besándose con algún hombre. Son las cuatro de la madrugada y se ha quedado solo.

Se mueve con torpeza para volver a la barra. Toma asiento y mira su teléfono para comprobar si hay novedades en Instagram: nada. Pide otro trago, esta vez una cerveza, pero que sea una grande. El mesero le dice que no puede venderle más alcohol en esas condiciones. Qué te has imaginado, roto de mierda, tienes que venderme si quiero. Gritos y más gritos, llegan los guardias, todo se mueve, todos ríen, no entiende nada.

La sangre corre furiosa a través de sus venas y la presión en su cuerpo es alta. No sabe bien adónde está, pero camina en alguna dirección y con un destino claro en su cabeza. ¿Y si mejor voy a darme una vuelta al Parque Forestal? Allá donde van tantos hombres desconocidos y se tocan y se besan y en donde me valorarán por lo que soy y querrán tenerme. Ahí va uno, ese que me está mirando y que se esconde detrás de un árbol, que parece que es viejo, pero que igual sirve. O el otro, el gordo de pelo cano que está a mi lado y me agarra el culo. Este también debe querer diversión conmigo, porque le gusto, porque me veo bien vestido así y tengo bonitas facciones. Nauseas. El entorno gira y se desliza alrededor de él. Se arrodilla a vomitar mientras dos hombres, quizás tres o cuatro, se acercan a su lado y lo tocan. Quiere irse, que nadie lo vea en esa situación indecorosa, que ojalá nadie allí lo conozca. Más  vómito y ganas de desaparecer. Pero la ciudad es más afortunada y desaparece antes que él. Maldita ciudad tan afortunada.

Avena con leche y plátano, pan con mermelada de damasco traída de la casa de la abuela en el sur y jugo de naranja: el desayuno perfecto para empezar el día. Suena la Radio Pudahuel y los gritos de su madre apurándolo, porque ya viene el furgón a buscarlo para ir al colegio. Es un gran trayecto hasta allá, así que no puede tardarse demasiado. Un beso cariñoso de la mamá, otro de la hermana y que no olvide la colación, porque en el kiosco todo es muy caro. Otro día en el colegio nuevo. Otro día más deseando no salir de su hogar.

El Pedrito, como le dicen sus amigos del barrio, es bueno, solidario, risueño y muy talentoso, pero, en medio de todos esos niños albinos, él parece ser el problema. Eso piensan algunas apoderadas del Centro de Padres del Colegio San Agustín, que no están de acuerdo con que le estén regalando becas a cualquier chiquillo de "allá abajo". No por nada Santiago es una ciudad tan segmentada. Si esos límites sociales y urbanos existen, será por algo. Por eso mismo, ellas no dudan al decirles a sus hijos que no se acerquen mucho al compañero nuevo, porque podría hasta tener piojos. Más encima es afeminado, y eso sí que es un problema. Nadie querría un hijo maricón en la familia.

Se nota que el Pedrito es de otra parte. Incluso, al ver a todos los estudiantes dentro de la moderna sala de clases, el Pedrito parece sacado de otro planeta: su sweater no es el mismo que llevan sus compañeros, ellos usan uno que confecciona una diseñadora en el Mall Apumanque con lana de alto grado traída desde Punta Arenas. El suyo es opaco, el mismo que usaba en la escuela anterior, pero al que su madre le cosió la insignia del colegio hace unas semanas. Además, entre los zapatos viejos, la mochila corroída y el pelo oscuro, no hay forma de no notar que él no pertenece a ese lugar.

Fue en ese momento en el que su camino comenzó a desviarse. Bromas que empezaron a hacerle sin malas intenciones, pero que terminaron transformadas en verdaderas sesiones de tortura. Una tarde entera encerrado en el baño. Le dijeron que se lo merecía, por pobre y mariposón. Ese mismo día lo golpearon entre tres. Al final, Pedrito volvió a su antigua escuela luego de dos años. El tiempo suficiente para que un árbol crezca torcido.

Despertar. No hay noción aún sobre el tiempo y el espacio. Un lugar que podría ser la habitación de cualquiera. Quizás logró convencer al chico de la productora para que durmieran juntos, y justo ahora está en la cocina preparando un desayuno ligero para ambos. O tal vez su acompañante, que lo rescató y mimó luego de una noche de tantos sobresaltos y estrés para luego llevarlo a casa, está durmiendo justo a su lado. No, ninguna de las posibilidades anteriores puede ser real. Esta oscura habitación con olor a incienso barato es la suya, la de toda su vida, aún con los corchetes adheridos a las paredes, los mismos que sostuvieron alguna vez esas fotografías de artistas famosos que venían en la revista TVGrama y únicos vestigios de su niñez. 

Se pone de pie intentando recordar qué sucedió anoche y por qué un dolor tan agudo azota su cabeza. Tampoco sabe muy bien cómo acabó todo luego de la fiesta, pero prefiere no hacer memoria y así evitar la angustia y el arrepentimiento. Atraviesa el pasillo para ir al living apenas pudiendo abrir los ojos. Entonces, al llegar al umbral que divide la casa del resto de las habitaciones, se encuentra con su madre y su hermana sentadas tejiendo manteles a crochet. Ríen juntas y bromean sin dejar de mirar el detallado trabajo que están elaborando. La imagen lo enternece y lo invaden unas enormes ganas de llorar. Al notar su presencia, las dos lo saludan con cariño y lo invitan a sentarse, le ofrecen desayuno, que si quiere leche con chocolate o unos huevitos revueltos para llenar el estómago. Sin decir nada, se sienta junto a ellas intentando descifrar qué es eso que siente (y piensa).

Finalmente lo comprende: fue el destino el causante de todos los malos ratos, de los traumas, las golpizas y de todas aquellas pretensiones obsesivas que lo hicieron ser quien es. ¿Qué culpa tienen esas mujeres de no haber podido darle ese mundo inaccesible? Sabe que su madre siempre quiso lo mejor para él, y fue por eso que tomó decisiones apresuradas, pensando en un mejor futuro para todos. Más que una razón para sentir vergüenza, ella es un ejemplo de superación y sacrificio, y la ama como nunca amó a nadie. Sólo por ella siente verdadero amor.

¿Tomémonos una foto? Ya, ponte aquí y tú, rápido,  allá. Yo voy al medio y ustedes me tienen que abrazar, así me veo más como el hombre de la casa. ¿Por qué te ríes, pesada? Pero arréglate ese pelo antes de que tome la foto, porque o sino no la subo si sales con esa pinta de recién levantada. Tú igual, eleva el cuello, esa es la técnica para que no se vea la doble pera. La cámara la pongo desde arriba y así nos vemos más estilizados. Mamá, así no, porque te ves rara y se nota el rollo. Ya, yo les voy a decir cuándo. A la cuenta de tres. Pero sonrían un poco pues. Ya, uno, dos, ¡tres!

Vuelve a su lugar mientras ellas siguen conversando. Mira la fotografía y la edita en una de esas  modernas aplicaciones de smartphone. Filtros de colores, menos sombras, más contrastes e iluminación en sus caras. Ahora a Instagram, en donde todos la podrán ver. Vuelve a mirar la foto. Está casi en línea. Cancelar. Apaga su teléfono. Es hora de almorzar.-