Tuesday, October 18, 2016

Gaspar y Nahuel (13.10.2015)

El sol se esconde y apenas entibia el interior del aeropuerto de Santiago. Detrás de las paredes de cristal y fierro, dentro del recinto, Nahuel está a la espera de Gaspar hace más de tres horas, y las imágenes de sus facciones parecen deformarse dentro de su cabeza. Esa ceja gruesa e irregular se mezcla con la fotografía mental de sus labios finos, los mismos que quedaban ocultos tras su barba rojiza, la misma que le hacía cosquillas cuando se besaban. El cabello y la nariz toman una forma indefinida. Todas las imágenes se mezclan, creando una masa amorfa que lo atormenta.

Las manos sudorosas no le permiten ni siquiera poder usar su teléfono para distraerse mientras espera. Puede sentir algo así como una aceituna en su garganta, que lo lleva a experimentar cierta desesperación en algunos momentos. Durante esas horas, no le queda más que ver a toda la gente circular, gente que de cerca parece feliz al reecontrarse con otros o al subirse a aviones para ir al encuentro de ellos, pero que desde donde él está sentado, parecen insignificantes, como hormigas huyendo del agua.

Cuando el último rayo de luz deja de encandilarlo, su pierna inquieta al fin se detiene y un silencio interno lo invade por completo, justo cuando un avión despega hacia algun destino desconocido. Ve a Gaspar cocinando, leyendo un libro recostado en su lado de la cama, conversándole en el pasillo de algún supermercado. Sí, Gaspar se ha retrasado. Seguro que Gaspar ya viene.

***

La botella de vidrio giró una y otra vez en el centro del living hasta apuntarlo. Entonces Nahuel se le acercó nervioso frente a la mirada curiosa de Marla, con el corazón retumbando bajo su pecho. A unos centímetros de su boca, pudo percibir el olor a cerveza mezclado con el de su aliento dulzón, como el de un bebé. Cerró los ojos intentando no pensar en nada y lo besó. Esa noche, reunidos con dos amigas y dejándose llevar por la calentura y el alcohol, Gaspar y Nahuel se conocieron.

Quizás sería mejor utilizar la palabra re-conocieron, porque lo cierto es que eran cercanos desde hacía dos años, cuando disfrutaban de las libertades de ser quinceañeros. De hecho, sería aún más apropiado decir 'descubrieron', ya que fue en aquella desenfrenada reunión en la casa de Marla cuando al fin pudieron verse mutuamente, conocer en detalle las facciones en sus rostros de niños transformándose en hombres, sus barbas incipientes y, luego de ese beso, incluso comprender las aristas de sus personalidades, que tenían mucho más en común de lo que creían. Una noche que unió sus caminos, hilvanando dos historias distintas que crearían un nuevo bordado, particular e imperfecto.

Después de esa fiesta, y tal vez por todos los acontecimientos que vivieron juntos, la velocidad a la que avanzaban sus vidas aumentó. Terminar el colegio, asumir la homosexualidad, los primeros amoríos, decidir qué harían con sus vidas y luego ingresar a la universidad; todo sucedió en menos de cinco años, percibidos como si hubiesen sido uno solo, el más intenso de sus existencias.

Con una amistad forjada sin líneas definidas ni límites claros, pasaron la barrera de los 20 sintiéndose atraídos el uno al otro, unidos por una hebra invisible que equilibraba sus energías y los hacía confluir de una manera misteriosa. Atrás quedaba el mal genio de Gaspar o las profundas inseguridades de Nahuel, más cuando, dejándose llevar por el cauce de sus emociones, exploraban sus cuerpos. Sin decir nada, se metían juntos a la cama sabiendo que en ese momento de intimidad olvidarían cualquier cosa que los acongojara.

Fue ese año, 2007, cuando Gaspar y Nahuel dicidieron dejar Antofagasta e iniciar una vida ju tos en Santiago, seguros de que la ambigua amistad de casi una década no era otra cosa más que amor.

***
Publicidad fue la opción que eligieron, aunque en diferentes universidades de la ciudad, y no les fue nada mal. Recién titulados ya tenían un trabajo, lo que les permitió vivir con cierta comodidad en un pequeño departamento en los alrededores del Cerro Santa Lucía. Nada del otro mundo, decía Nahuel a sus colegas, recalcando siempre que eran muy felices, a pesar de lo poco. Y sí, efectivamente lo eran: tenían una relación estable que muchos de sus cercanos hubiesen querido, y además eran capaces de compartir su tiempo con los demás, por lo que su círculo de amistades era común.

No se trataba sólo de sexo o compañía. La relación que forjaron funcionaba como un campo de fuerza, en el que nada ni nadie podía irrumpir con facilidad. Luego de tantos años en una ciudad pequeña, adaptarse a la realidad capitalina no resultó nada facil,  mucho menos el hacer amistades con personas tan diferentes a ellos.  En la comodidad de esa burbuja, dependían el uno del otro, como un sistema que no funcionaba si faltaba alguna de las partes.

Nahuel era para Gaspar como un santuario de paz, un lugar íntimo y de pertenencia en donde ahogar cada sentimiento de inquietud. Si bien no era una persona introvertida, la desconfianza que sentía hacia sus colegas lo llevaba a interponer una barrera con cualquiera que tuviese la intención de cruzar el límite establecido. A veces pensaba que Nahuel era el equivalente a su mundo, imaginándose una vida completa tan sólo de ellos, protagonistas de una historia secreta que no revelarían a nadie.

Para Gaspar, sin embargo, la realidad era distinta. En los últimos meses, una ambición desconocida echaba raíces bajo los cimientos de su relación, remeciendo cada cierto tiempo la estabilidad que habían alcanzado. El deseo de ser alguien distinto, gatillado quizás por la monotonía y la rutina de sus días juntos, despertó un espíritu indómito que no sabía llevaba dentro de sí, y que lo llevaba a buscar nuevas experiencias.

Son lindos los chiquillos, se complementan tanto. Se ven tan bien juntos. Cuando terminen dejaré de creer en el amor. Frases de sus cercanos que escuchaban con frecuencia y que surgían en los momentos en que ellos se demostraban su amor en público con una naturalidad que sorprendía. Fue por eso misma razón Marla, la amiga de eternas aventuras, decidió hacer una fiesta para celebrar los seis años de relación de sus “queridos hermanos”, como ella los llamaba. Ante el anuncio de la celebración, se mostraron agradecidos, aunque ninguno fue capaz de conversar sobre lo que sucedía entre ellos.

Nahuel celebraba la noticia sin poder contener su ansiedad. Caminaba inquieto de un lado a otro, comentándole a su pareja a quienes quería invitar, la ropa que usaría, la música que debería sonar la noche de la fiesta. LA FIESTA, lo decía una y otra vez, y Gaspar pensaba que no era para tanto, que se trataba de una simple celebración, que no le importaba ni un comino el terno marengo del que hablaba tanto, intentando a la vez -sin éxito- hallar algún registro de ese color en su memoria. A pesar de eso, también adoraba su actitud infantil, la verborrea causada por la emoción, y el brillo de sus ojos como dos linternas iluminando el pequeño universo mutuo que habían constuido. Mirándolo desde esa perspectiva, confirmaba cuánto amor sentía por él, un amor que no sabía de límites. Él era el hombre de su vida y no necesitaba a nadie más, lo que era una verdadera certeza.

***
Caminaban tomados de la mano por Providencia en dirección al departamento de Marla, donde ya estaban todos reunidos esperándolos. Nahuel fumaba sin parar y el humo que dejaba salir de su boca llegaba al rostro de Gaspar, que siempre desaprobó aquel vicio de su pareja.  Además, la serenidad que caracterizaba su forma de ser de pronto comenzaba a esfumarse, en parte por la excitación desmesurada que exhibía. ¿Qué pasa si está Alejandro? Ese que te tiraba los cagados, ¿cómo no te vas a acordar? Un cuma, cuma cuma, no me gustaría que hablaras mucho con él, porque me carga. Ahí estaba otra vez su faceta más detestable y superficial a la que no encontraba una razón de ser. ¿Cuándo había surgido? ¿Por qué parecía haber otro Gaspar dentro del de siempre, del que lo enamoró? El no entender lo que sucedía lo irritaba de sobremanera, y Nahuel ya lo había notado.

Llegaron a la puerta de entrada sin haberse dirigido la palabra en los últimos 15 minutos del trayecto, aunque sus manos siguieron tomadas como por costumbre o necesidad, porque ambos sabían que durante esa celebración en particular no podían decepcionar a sus amigos. Las manos tomadas, el estandarte del amor que todos aplaudían. Estaban ahí, esperando que se abriera la puerta, Nahuel con los ojos incrustados en la mirilla, y Gaspar a su lado izquierdo, con la mirada perdida en el piso, sintiendo el peso de esas manos atadas por la fuerza de la inercia, cuestionándose por primera vez sobre ese hombre y su carácter impredecible. Uno, dos, tres y cuatro, contaba Gaspar, percibiendo cómo su mano se entumecía con el frío de una botella que sostenía con la mano desocupada, creyendo que la sensación gélida provenía de la otra, la atada. Era cruda la sensación del frío subiendo por su antebrazo hasta llegar a su hombro y congelando hasta la última fibra de su piel.

Entonces se abrió la puerta y apareció Marla dándoles la bienvenida, envuelta en un vestido rojo que dejaba poco a la imaginación. Su busto escapando por el escote, las piernas interminables apenas cubiertas, la espalda desnuda. Una imagen que a Gaspar por alguna razón incomodó, y que le produjo enormes deseos de escapar, volver a casa enseguida y olvidar todo ese asunto de los seis años. Bienvenidos, chicos, ¡felicidades! Aplausos de todos, que los observaban con las sonrisas tatuadas en su cara, sin un ápice de verdad. Amigos de los amigos, desconocidos abrazándolos, champaña y regalos y Nahuel estallando de felicidad en ese preciso instante en el que soltaba su mano como en cámara lenta, sin siquiera mirarlo de reojo, para desaparecer en una nube de cumplidos y conversaciones frívolas. Fue un inicio difícil, pensó, mientras terminaba de saludar a una pareja para luego buscar a alguien con quien sentarse a beber una copa de vino.

Vio junto a la ventana a Javiera, sentada en el borde de un sillón de tres cuerpos desocupado. Parecía sentirse tan fuera de lugar como él dentro del departamento de Marla: sus movimientos delataban nerviosismo, en especial  al tocar repetidas veces su cabello o al girar la cabeza buscando un lugar al cual dirigir la mirada, evitando todo tipo de interacción. Gaspar sintió un gran alivio de verla ahí como su salvavidas, y se acercó enseguida a saludarla.

-Hermoso, qué rico volver a verte -dijo ella dándole un gran abrazo-. ¿Dónde estuviste todo este tiempo?
-Estaba por ahí, tú sabes, con Nahuel…

Javiera intentó esbozar una sonrisa y él supo de inmediato que las cosas no habían cambiado, a pesar de los años. Ella seguía siendo la misma de siempre, una mujer reservada e introvertida, con una personalidad tan hermética como la suya. Todavía era incapaz de mirarlo a los ojos y le temblaban las manos al hablar. Además, su belleza adolescente también se había mantenido a lo largo del tiempo, aunque ahora había algo que endurecía su mirada. Pensó que podía ser su nuevo color de pelo, negro azabache, que le confería cierta frialdad; parecía una verdadera esfinge del hielo. También comprendió que aún desaprobaba a Nahuel y que probablemente todavía guardaba la esperanza de que, como por arte de magia, de pronto él decidiera estar con ella.

Conversaron un rato sobre sus vidas, al margen de todo lo que sucedía a su alrededor. Gaspar se esforzaba por hacerla sentir cómoda, como siempre lo hacía hasta lograr atravesar la pared que interponía con todos, incluso con él que tanto la conocía. Con una habilidad de psicoanalista de la que él mismo se sorprendía, entablaba diálogos cuidadosamente, yendo desde temas tan cotidianos como el tiempo en Santiago o los gatos hasta inmiscuirse en sus asuntos más personales, que lo ayudaban a entender el actual estado emocional de su amiga. Esa noche no fue la excepción, aunque Javiera parecía más hermética de lo normal, más aún cuando Marla los interrumpía, insistiéndoles que fueran a bailar con los demás u ofreciéndoles más copas de champaña que ella misma se bebía frente a ellos, como queriendo decirles lo aburridos que le resultaban.





No comments: