Tuesday, December 19, 2017

Mi Pascualina / Día 3: la ilusión

Después de clases nos vamos a un bar a beber cerveza. Les cuento sobre mi nueva idea, un cuento loco que se me ocurrió una noche fría en primavera. Opinan que está bueno, que siga con ese argumento porque algo podría salir de ahí. Nos reímos los cuatro y a ratos siento que somos especiales y talentosos. El líquido frío en mi garganta me alivia, me da una extraña seguridad. Y también estar con ellos y sentir que hay algo que sale de mí que tiene una razón de ser y que se conecta a una razón madre de existir. Estamos inquietos y H me dice que vayamos a bailar. Así que nos vamos ambos a bailar y estamos excitados y sabemos que ya llegará nuestro turno. Todos queremos brillar, me dice. Nosotros vamos a brillar, yo lo sé. Porque si no es en esto, no será en nada más. No soy bueno en nada más. Ni siquiera sé si en realidad lo soy en esto. Quizás H y A y M lo dicen para no hacerme sentir mal. Podría ser una paranoia o una verdad absoluta que soy incapaz de reconocer. Pero ahora no importa. Ahora somos dueños del mundo y de lo que tenemos en nuestros puños, que agarramos con fuerza para que no se nos escape. H golpea a un hombre y le vuela un diente. Me estoy riendo sin parar y un desconocido nos ofrece cocaína no sé por qué. Bailamos música que odio y llega la mañana y H busca pleito con borrachos en Bellavista. Vamos por desayuno y alguien me llama. Mi cuento es finalista y será publicado. Reprimo el llanto y disfrazo la euforia de borrachera AM. Me siento como dentro de una ola gris, aterciopelada y gigantesca.

*

El mismo álbum de Ta-ku en loop todas las noches me ayuda a concentrarme. Una mujer está sola en su cabaña en la playa y escucha una explosión a lo lejos. Dos horas después, en la orilla del mar, aparece un hombre empapado e inconsciente. Esta imagen me fascina y quiero relatarla. Voy a explicar la historia de la mujer y el hombre del mar. El Hombre del Mar. Creo en mi historia aunque no sé adónde va. Pero creo esta vez, creo en lo que está saliendo desde mi interior y sigo concentrado en que no se esconda en algún rincón. Entonces mi cuerpo habla. Fiebre, escalofríos, vómitos. Debo apagar el computador y dormir. Estoy sudando helado y la mujer de la cabaña se ve como un punto muy a lo lejos. Y es de madrugada y de mañana y tarde y de noche me siento igual. Vomitar y fiebre. Un doctor me revisa y piensa que está todo en orden, que esté tranquilo. Pero la opinión del doctor no importa cuando tengo acceso liberado a Google o cuando el color de mi piel se torna ocre. Nada importa cuando sé que hay algo mal en mí. Caminar a oscuras sobre pavimentos resquebrajados. Mirar al futuro inmediato y sentirme frágil y pequeño e insignificante. Temo perderlo todo y que tanto de pronto sea nada. El tiempo se acaba, se acerca febrero y aún hay mucho que hacer. Pero no hay energía ni para subir la escalera del laboratorio. Pinchan mis brazos una y otra vez, tres días seguidos, y estoy siempre en ayunas y me siento mal. Desde esta ventana veo las cabezas sudorosas atravesando San Antonio. Tantas cabezas que circulan en alguna dirección calcinándose bajo este sol del casi-verano. Me llama una enfermera y me pincha una vez más. Tendré fobia a las agujas y a las ilustraciones Sarah Kay con mensajes religiosos que atestan las paredes. Nada tiene forma ni límite.


*

Mamá se ofrece a viajar y le pido que no lo haga. Me cuidará L y su madre y su familia. Viviré con ellos mientras me recupero en no más de dos semanas. Sí, dos semanas y estaré bien, podré seguir con mi vida y mis planes y con El Hombre del Mar. Y también me voy a despedir de todos mis amigos, aprovecharé cada noche con ellos antes de que llegue la fecha límite. Y en diciembre viajaré con mi familia, viajaremos, porque aún falta un mes y me voy a recuperar luego, lueguito. Las vacaciones que hemos planeado, la Navidad en Edimburgo y las estúpidas entradas que compré para ver a Lady Gaga en Palau Sant Jordi. Nadie me va a arrebatar esto, no hay derecho. Esto es mío, me pertenece. Pero están pasando las semanas y las infusiones no surten efecto y mis ojos son como dos trozos de pato. Y estoy flaco y ojeroso. Los exámenes no muestran avance alguno, pero me convenzo de lo contrario, porque ya no hay tiempo. Visualizo a la Virgen de Andacollo cubierta de flores y mantos inmaculados. Me podría ayudar aunque jamás creí en esas cosas. Pero tal vez sí, el poder de la fe, recuperar mi salud y traer todo de regreso antes de arrancar otra hoja de calendario. Project Runway, The Sinner, Big Mouth, Clarence, RuPaul, Haibane Renmei y hasta American Horror Story. Estoy débil y ya nadie llama por teléfono. Sigo aquí con L y su familia, ellos me quieren. Pienso que tal vez busco un pretexto para victimizarme de forma inconsciente, como si estuviera enfermo de la cabeza y sediento de atención. Porque tal vez sí lo estuve alguna vez. Pero sé que no. Ahora estoy perdiendo tanto que hasta parece un chiste. No es una exageración. Las cosas se me escapan de las manos, se fugan como si apretara el aire. Así no debía ser. Y el doctor me mira con su cara de te-lo-advertí y lo detesto. No puedes viajar así, tienen que hospitalizarte. Lloro en silencio, maldigo a la la virgen y me avergüenzo de mí mismo. Me dan de alta esa misma noche. Pero sí, otro mes de reposo y estarás como nuevo. Otros treinta días en cama, dos meses menos de un año, el último año, mi año. Eutanasia, por favor.

*

Día 42. Me avergüenza leer esto, pero siento que de alguna forma también me ayuda. Volví a La Serena. Madre y hermano me cuidan. Estoy mejor, mucho mejor. El color feo se ha ido gradualmente y ahora siempre tengo hambre. Creo que recuperé algo de peso en estos días. El viaje familiar lo haremos en abril, cuando ya me haya ido de aquí. Eso es un consuelo, saber que otro ciclo quedará cerrado-sellado. No más televisión ni redes sociales por un tiempo. Pinto mandalas en las mañanas, consciente de haberme convertido en uno de los personajes de mis cuentos. Ya no me importa. Hoy -esta entrada- es la primera vez que escribo desde El Hombre del Mar. No sé qué significado tiene, pero creo que releerlo en unos meses me dará ciertas nociones. Brújula textual o algo así. Y ahora me siento como en el primer día de clases, medio nervioso, medio muchas cosas, tal vez torpe y atontado. Casi casi listo. Queda poco más de un mes y veo todo con claridad. Los rostros son nítidos. Cada cosa tiene un sentido claro, definido e indestructible. El flujo que me llevó hasta este momento y que hizo de mí otro. Todo cambia tanto y tan rápido que me cuesta comprenderlo. Pero, después de todo, queda una sensación de optimismo que parece nunca acabar.-






No comments: