Hasta cuando íbamos a La Vega te veías hermosa. El pelo
enmarañado y la ropa deportiva fluorescente. Tú hablando de las frutas y
verduras de la temporada. El carrito de la feria detrás tuyo mientras cruzabas
el Puente Calicanto. Tu boca manchada después de beber esos licuados naturales
que tanto te gustaban. Hoy, cuando vuelvo a sentir ese intenso olor de La Vega,
no puedo evitar pensar en ti, en el pastel de choclo que cocinabas los domingos
al regresar de las compras y en los besos que nos dábamos después de ordenar el
refrigerador.
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