Sunday, August 10, 2008

Noches (vacías).-


Ocho cuarentaicinco de la noche. En quince minutos más deberías llegar, sentarte y pedir algún trago, una coca cola o por último un agua mineral. Yo pedí un bourbon whisky para esperarte y calmar la ansiedad. Las luces aquí dentro son tan tenues que ni siquiera me permiten ver bien quien entra por la puerta principal. La sensación que siento es extraña, como si en cualquier momento fueras a llegar siendo cualquiera de las personas que se pasean por aquí. La música me calma, aunque no demasiado. Canciones muy 1996 suenan y fulminan la elegancia que el entorno en algún momento había alcanzado. Este lugar es sofisticado, pero peca de ser un tanto barroco, con muchos arreglos florales, velas aromáticas y detalles típicos de elección de una menopáusica. Acerté; ahí está la dueña del restorant, Anabella Subercaseaux, una mujer que se comporta como una octogenaría y que ni siquiera roza los sesenta años, famosa por sus escándalos, amores y desamores durante los ochenta. Camina de un lado a otro mientras hace tininear sus pulseras de oro. Me parece ridícula la mayoría del tiempo y muy alejada de lo que se podría considerar clever. El aire se ha puesto un poco denso y tengo comezón en las manos. Los nervios me traicionan y siento como una gota de sudor baja por mi frente y se desliza por un costado de mi nariz. Pasan parejas frente a mí y se sientan mirándose fijamente a los ojos, enamorados probablemente, deseándose y sintiéndose afortunados. Qué escena más patética la suya /y la mía/. Miro una de las enormes lámparas de vidrio y a un costado de ella hay un insecto observándome. Se rie y se mofa de mí y luego se esconde en un agujero en el techo, ahora casi impecable. Siento pánico y me tiemblan las piernas. Anabella se acerca a un par de clientes a los que vulgarmente llama "VIP" y me apunta con su dedo . Todos rien en esa mesa y por un instante que se vuelve eterno me siento ruborizado. Nueve y treinta y esta ha sido la peor noche de toda mi vida. Pago la cuenta y me levantó, derramando una copa de vino tinto que recién había pedido sobre el mantel blanco inmaculado. Corro para salir lo antes posible y te veo entrando justo frente a mí. Me escondo bajo una mesa desocupada y pienso en que hoy ya nada me importa. Pasas y sólo veo tus zapatos brillantes ensuciando el parqué. Logro salir y afuera hace mucho frío. La neblina no me permite ver demasiado, pero de todas formas no hay mucho que ver, porque las cosas quedaron completamente claras.

Camino hasta mi casa mirando el cielo. No hay luna, o sí hay, pero no quiere salir porque hoy es una de esas noches en las que es mejor quedarse encerrado en casa viendo películas y comiendo palomitas de maíz.-

3 comments:

Paula Andrea. said...

Eso de que cuando de que cada persona que entra, pienso que es alguien que espero, es algo tan común, y el detalle menopáusico no podía dejarlo pasar, un clásico en nuestras vidas xD te amo tara, un beso; Montse.

Camila said...

Creo que me convertire en tu fan
muacks

Tamara Jofré Zencovich said...

Es adorable como describes