Son más de
las tres de la mañana y hace poco menos de una hora me tomé media pastilla para
dormir; es que poder conciliar el sueño en estos tiempos es súper difícil. Lo
que acabo de escribir suena como de vieja culiá. Y lo que acabo de escribir
ahora es sumamente grosero y debo dejar de ser grosero. La cuestión en todo
caso no es escribir sobre divagaciones absurdas de un tontón sin mucho que
hacer en vacaciones, sino que es dejar un registro sobre lo que estoy sintiendo
justo ahora. Pasa que soy un imbécil dependiente emocional y no dejó de pensar
en la misma persona de siempre, el mismo de toda la vida. Todo se terminó hace
un buen rato ya y ando como huevón pensando en él cada minuto de mi existencia.
A veces pasa una semana sin tener contacto alguno y de pronto me descubro con
el celular en mano, con su número telefónico en pantalla y con el pulgar a un
milímetro de presionar el “Ok”. El problema es que sí, me descubro haciendo eso
y –aún así- presiono el puto botón y lo estoy llamando sin saber siquiera qué
mierda decirle. Entonces contesta con su eterno timbre de voz de “este mundo es
tan aburrido” y sus palabras precisas y cortantes que desde un comienzo me
enamoraron. Me dan ganas de llorar o de cortar el teléfono. Finalmente me
decido por ninguna de las anteriores y comienzo a estirar la conversación queriendo en vano volver a sentirlo mío. Ese es el momento más patético de mi
día, cuando quiero recuperarlo sabiendo que hace rato ya nada funciona. Lo peor es que recién me dieron unas ganas
tremendas de escribir “Te necesito” aquí, albergando la esperanza de que en una
de sus tardes libres llegue a este rincón, lo lea y venga a mí a besarme
cuatrocientas mil veces. ¿Qué onda? Tengo 23 años y dependo de ti
horriblemente.
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