Thursday, December 02, 2010

Dedos pal' piano


Ayer fue uno de esos días en los que lo único quieres es que todos se vayan un ratito a la mierda y te dejen de huevear y de darte malas noticias. Tenía que mandar un reportaje corto por mail a mi profesora antes de las doce de la noche del lunes, pero como soy un irresponsable, no alcancé a hacerlo a tiempo y lo mandé el martes. Ayer en clases me dijo mirándome con sus ojos azules “me duele en el alma ponerte el uno, porque eres de los aplicados”. Le respondí con una mirada de entre ternura y lamento y ella simplemente no me dijo nada. El uno iba seguro, así que la carita la hice en vano.


Unas horas antes, un profesor me estaba entregando un tres mientras se reía en mi cara, porque no había ido a la clase en que se dieron las intrucciones para hacer el trabajo. Estaban pisoteando mi moral frente a mis narices y yo seguía poniendo carita de pena. Llegué a la casa devastado e intenté pasar mi pena comiéndome tres panes y dos barritas de chocolate. Me vi engullendo desesperado y deseé que alguien estuviera frente a mí para que hiciera una arcada y me dijera que era un gordo patético, pero como no había nadie que hiciera eso por mí, seguí comiendo.


En la noche lloré un rato y al mismo tiempo me maldije por haberme venido a Santiago, por haber elegido estudiar Periodismo y por ser un porrito de lo peor. Me costó dos horas quedarme dormido y mi sueño duró sólo seis horas. Oye, pero no crean que mi historia es un melodrama, porque nada que ver. Hoy desperté mejor y lo primero que hice fue encender el computador para revisar la Pauta UPI, ese papelito que reciben los medios de comunicación para cachar dónde está la noticia. Y había un evento en el Palacio de La Moneda, una premiación que realizaba CONACE a la gente que más prevenía que los drogadictos siguieran metidos en las drogas. Ése evento me tincó.


Me duché rápido y partí al asunto, consciente de que meses antes (y un par de veces) ya había ido a huevear al hall de La Moneda sin lograr que me dejaran entrar a reportear. Al fin y al cabo, sólo soy un estudiante de Periodismo mal afeitado que anda mostrando su humilde credencial de prensa impresa en un papel barato y con una fotografía pegada en la que parece integrante de Illapu, ¿por qué me iban a dejar pasar?


Me hicieron esperar un rato. La recepcionista hacía llamadas a todas las oficinas del lugar, porque no tenía idea de quién estaba realmente a cargo de la ceremonia de la institución para los drogos (ya pues, déjeme pasar, gordis y te juro que te digo que el rubio te queda la raja, aunque te veas como las reverendas hueas). Me pidió mi cédula y me dejó pasar. Yo le sonreí agradecido y no le dije nada de lo que se me había ocurrido. Nunca tan patero.


Ahí estaba, en medio de La Moneda, ese lugar que siempre veía cuando pasaba por afuera, en la micro (que ni siquiera sabía donde tomar y a la que muchas veces me subí pensando que iba a un lugar al que, en realidad, no iba). “La ceremonia tendrá lugar en el Patio de las Camelias” me dijo un paco y lo único que pensé en ese momento fue en lo cursi que eso sonaba y en lo muy de viejamenopáusica que me resultaba. Me quedé parado como un imbécil esperando a que dejaran pasar a la prensa al mini patio donde iba a ser el famoso evento. Un cuarteto de huevones del Canal 13 hablában de mujeres ricas y tiraban tallas típicas de un happy hour de oficinistas.


Me acerqué a una gorda con polerón de estrellas a preguntarle sobre la ceremonia y, mirándome con una cara de mierda, me respondió que no sabía. Ella también tenía credencial de “prensa invitada”, así que estábamos en igualdad de condiciones. La gorda estrellada era bien mala onda como para no ayudarme en una de mis primeras salidas solo a reportear un evento cuático. Me senté un rato a esperar que nos dejaran pasar, comiéndome las uñas como estúpido y anhelando tener un cigarro para pasar la ansiedad.


Caché que la gorda estrellada se paró para entrar y la seguí (pero de lejos, porque temía por mi integridad física). Otro paco me pidió la credencial y, por fin, logré llegar al lugar de los hechos. Había un mix de gente: políticos, alcaldes, viejas culias, periodistas de universidad privada, gente de la Teletón (?), entre otros. Me extrañó no ver a ningún drogadicto metido entre medio, ojeroso y angustiado por conseguir algo de pasta base; le hubiera dado más dramatismo al asunto. Prendí la grabadora de mi sencillo celular, mientras los rubiecitos que me rodeaban sacaban su blackberries. Ya era hora de trabajar.


Terminado el evento, caché que una de las periodistas rubias se acercó a hacerle unas preguntas a la Alcaldesa de Recoleta, una señora alta, vestida media hippie e igual bien regia. Imité a la blondie; saqué mi celular y me puse a grabar mientras pensaba en qué preguntas hacerle. La periodista le hacía miles y yo aún no participaba en el diálogo. Entonces me metí entre medio y empecé a preguntar hartas cosas bien atinadas. Después de todo, no estaba tan mal al parecer.


Salí de La Moneda con una sonrisa. La mañana de hoy me arregló el caracho. Quizás esté semestre no ha sido el mejor en lo que respecta a desempeño académico, pero me di cuenta de que si “tengo dedos pal' piano”. No la cagué al meterme a estudiar Periodismo, yo cacho.-




2 comments:

Unknown said...

ay, obvio darling. Y me alegro mucho de que hayas vuelto a escribir en tu blog... en su tiempo era el que màs me gustaba leer, me encantan tus descripciones, son tan pesadas jajajajajaja
luv ya
ale.

BLANK said...

bien me parece, hay días buenos y malos. mi peluquera maldita <3