Monday, June 15, 2009

Hope or desire.-


Es heavy cuando un pequeño deseo que surgió en un momento sin importancia, comienza a crecer y desarrollarse en la mente, ocupando espacio y robando el tiempo destinado a pensar en lo que realmente importa: la realidad concreta. Porque los deseos son como las drogas; vuelven adictas a las mentes a desear más y más, y aquellos deseos que en un principio fueron sólo mínimas pretensiones, se transforman en grandes criaturas capaces exterminar cualquier tipo de motivación.

No sé si es posible no desear. A veces estamos verdes de envidia, gritando por conseguir lo que parece inalcanzable y que muchos quizás ya obtuvieron sin demasiado esfuerzo. Andar con la cara larga larga y con un humor de mierda claramente no es el antídoto para combatir esta terrible epidemia. Bueno, creo que estoy exagerando, pero con fundamentos, ya que fui afectado por la enfermedad de los deseos. Es casi patético ver cómo he dejado de lado un millón de cosas buenas (como dijo Quique Neira... que me carga) por culpa de una mente sobrealimentada con sazonados deseos, muchos de ellos empalagosos (no quiero escribir absurdo en esta parte). Antes, mucho antes de entrar a la universidad, mi mente era esbelta, inversamente proporcional a mi anatomía (JÁ). No tenía una mente brillante, hay que decirlo, pero sí una mente creativa, una maquinita de buenas ideas que de vez en cuando destellaba por unos pocos segundos.

Cuando se termina el colegio, muchos hologramas desaparecen ràpidamente y es posible ver, por primera vez, cómo funciona todo allá afuera. Y suena como si hubiera vivido en una burbuja durante ese período porque, de hecho, así fue. No me atrevería a decir que a mis diecisiete años de vida ya lo había visto todo ni que acumulaba años de experiencia y conocimiento. Cuando abres los ojos por fin, una avalancha de realidades te aplasta e inevitablemente, comienzas a comparar unas con otras y especialmente la propia con las de los demás. Un día a la Macy Gray le dijeron: the grass is much greener on the other side y me pareció tan cierto.

Dejé de escribir, de salir a tomar fotos y me encerré en mi casa anhelando cada día más poder cumplir todos mis deseos. Las velitas de la torta de cumpleaños no hicieron mucho por mí y las maldije todos los días. Desmotivado con todo y con todos, me sobreestimulé con televisión, películas y series, y terminé convertido en un verdadero couch potato. Pero un día, no hace mucho tiempo, hice una limpieza mental y unos pocos deseos, los más banales tal vez, terminaron saliendo de mi cabeza y dejando un pequeño espacio en el cual muchas piezas aún no terminan de reordenarse. Los más grandes siguen ahí, pero a diferencia de los otros, éstos pretenden ser cumplidos y, al fin y al cabo, aún me queda mucho tiempo para poder concretarlos. Qué onda, tengo sólo veinte años. No soy un pendejo, pero tampoco estoy en el crepúsculo de mi vida. Hay tiempo de sobra, creo.-